Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente
Comparto con el público ciber-lector, el prólogo que Javier Morales Mena escribió para mi libro Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente (Lima, Grupo Pakarina, 2013). Generosas palabras de un amigo y colega sanmarquino.
Jorge Terán: La poética regional huaracina
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Entre los
viajeros del siglo XVI que admirados contemplaban el celeste cielo, la
imponente belleza del paisaje y la magnética presencia de los nevados, se hizo
familiar una palabra quechua que por entonces borrosamente escuchaban
pronunciar a los nativos, cada vez que preguntaban por el nombre de tan
paradisiaco lugar: “Waraq”, “Waraq”. Vocablo quechua que significa “amanecer”;
palabra que da origen al actual nombre de la ciudad: Huarás. Luminosidad y
magnetismo podrían ser dos palabras que sintetizan las múltiples alusiones que
se hace de ella. El saber popular ha logrado cincelar una máxima que se
inscribe en el aire de los barrios tradicionales y en las calles ruidosas de
las nuevas urbanizaciones: “a Huarás llegarás y ahí te quedarás”. Acaso dictum con el que se explica la decisión
de muchas personas por optar vivir en el lugar, incluso abandonándolo todo en
sus respectivas ciudades de origen. Así como desde hace siglos la ciudad de
Huarás cautivó al viajero instalándose en sus pupilas como luz que señala el
camino, o como bendición de aire puro que los dioses dejan caer para hinchar
los pulmones de amor a los eucaliptos, pinos y molles; actualmente, su
literatura también ejerce una poderosa atracción. No porque le deba a la
geografía su significación o porque haya un peso determinista en esta
asociación, más bien es porque la literatura huaracina, y en general, la
literatura ancashina, forma parte de cruciales capítulos del proceso de nuestra
literatura peruana y latinoamericana.
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Autores como
Marcos Yauri Montero (Huarás 1930), Carlos Eduardo Zavaleta (Caraz, Ancash,
1928-Lima 2011), Oscar Colchado Lucio (Huallanca, Ancash, 1947) Julio Ortega
(Casma, Ancash, 1942) y Juan Ojeda
(Chimbote, Ancash, 1944-Lima 1974) no son nombres nada más. Sus producciones
literarias, algunas veces, han alcanzado el grado de paradigma narrativo,
poético y ensayístico para los escritores más jóvenes. No preguntes quién ha muerto (1989) de Yauri Montero es una de las
cumbres de la novela histórica latinoamericana. La narrativa de la Generación del 50 sería
incompresible sin el magisterio ni el proyecto narrativo de Zavaleta, autor de,
entre otras novelas, Los aprendices
(1974) y Pálido pero sereno (1997).
Igual de incompleto resultaría el conocimiento narrativo de los sucesos
terroristas sin la alegorización de su impacto en el mundo quechua a través de
la novela Rosa Cuchillo (1997) de
Oscar Colchado Lucio. Si extendemos los aportes, no se podría tener una imagen
completa de la riqueza y complejidad de las principales poéticas del sesenta
sin la mención de aquella cartografía de destrucción y desbaratamiento del
mundo que Ojeda verbaliza en el conjunto de sus poemas, reunidos póstumamente
bajo el título: Arte de navegar
(1962-1974). Poesía y narrativa, pero también pensamiento crítico; y quien
desde temprano comprendió la importancia de una crítica literaria acorde a los
avatares y transformaciones de los proyectos narrativos, fue Ortega; así lo
ejemplifican sus primeras reflexiones en: La
contemplación y la fiesta. Ensayos sobre la nueva novela latinoamericana
(1969) y La imaginación crítica. Ensayos
sobre la modernidad en el Perú (1974). El quehacer intelectual de estos
autores desborda las fronteras de un género específico. Su palabra se extiende
libremente por otras geografías literarias. Para mencionar solo dos casos:
Yauri estremece el corazón de la poesía con la vitalidad de su lira: Un
rostro en el polvo (1963), La
balada de amor de Lázaro (1967), El amor de la adusta tierra /Rapsodia
en Chavín (1968) o Lázaro divagante (1969); e ilumina el
camino de la interpretación de la literatura oral en los lúcidos y rigurosos
ensayos: Laberintos de la memoria. Reinterpretación de relatos orales y mitos andinos (2006) y Simbolismo
de las plantas alimenticias nativas en el imaginario andino (2009). El
vigor de la cuentística que desafía cualquier cláusula formal en nombre de la
experimentación y renovación técnica, es la de Zavaleta: La batalla y otros cuentos (1954), Vestido de luto (1961) y Niebla
cerrada (1970); la cultivada precisión argumentativa y la indagación que no
deja de interrogar la literatura dentro de los avatares del mundo
contemporáneo, podemos encontrarlos en sus ensayos: William Faulkner, novelista trágico (1959), Estudios sobre Joyce y Faulkner (1993), El gozo de las letras I (1997) y II (2002) y Cervantes en el Perú (2009). Este sumario recuento no indica que la
historia de la imaginación literaria ancashina se detuvo en estos autores. El
campo de la literatura es dinámico y heterogéneo. Precisamente por ello, Jorge
Terán Morveli (Lima, 1976) atento lector de la formación de las poéticas
regionales, centra su atención en el estudio de un importante corpus narrativo
huaracino constituido por la obra de narradores como: Edgar Norabuena Figueroa
(Huarás, 1978), Eber Zorrilla Lizardo (Huari, Ancash, 1982), Daniel Gonzales
Rosales (Huarás, 1976), Rodolfo Sánchez Coello (Lima, 1977) y Ludovico Cáceres
Flor (Chacas, Ancash, 1963).
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La tradición
literaria ancashina, por extensión huaracina, es como una piedra imantada.
Jorge Terán Morveli ha sucumbido por ese
magnetismo narrativo. Literaturas
regionales: Narrativa huaracina reciente es el resultado de aquella
atracción, pero también la continuación de un programa y proyecto de investigación
que el autor trazó desde la publicación del texto Desde dónde hablar. Dinámicas oralidad-escritura (2008). Es decir,
su interés académico, desde su inicio, no estuvo orientado por el estudio de
textos canónicos, sino más bien por textualidades poco tomadas en cuenta. Su
aproximación hacia la narrativa huaracina comprendámosla dentro de aquel
escasamente frecuentado campo de proyectos literarios alternativos; universos
simbólicos a los que, normalmente, la comunidad académica no le presta la debida
atención. Terán plantea una pregunta matriz: ¿cómo se representa lo andino en
la narrativa de los autores antes mencionados? Las tesis, a las que arriba,
resultan importantes porque precisan la existencia de dos modos de comprender
lo andino. Según la manera tradicional, esta se asocia con cierta función de la
escritura encargada de describir espacios y festividades, así como con narrar,
desde una voz indígena, los sucesos de la violencia terrorista de la década del
ochenta. El proyecto narrativo se orienta en este caso por la conservación y
defensa de las tradiciones andinas. Las narrativas que recorren esta opción
figurativa pertenecen a Norabuena y Zorrilla, que –precisa Terán– continúan con
las propuestas estéticas de Oscar Colchado Lucio y Macedonio Villafán Broncano
(Taricá, Huarás, 1949), autor del memorable conjunto de relatos Los hijos de Hilario (1988). El otro
modo es el moderno. Desde esta perspectiva se representa los complejos procesos
de la modernidad y la posmodernidad en espacios andinos urbanos. La escritura
se detiene en explorar la repercusión que aquellas tienen en la sociedad. Este
modo de representación corresponde con los universos narrativos de Gonzales,
Cáceres y Sánchez; cosmos que tiene sus
inmediatos referentes o raíces ficcionales en Yauri y Zavaleta.
De este modo, la pregunta respecto a
cómo se comprende lo andino, resitúa la discusión del tema más allá de lecturas
románticas que lo idealizan como recóndito espacio donde no se experimenta las
mutaciones del mundo contemporáneo. El análisis de las narraciones de los
autores ancashinos, permite plantear –a Terán– que lo andino se configura como
dinámico espacio donde quechuas, occidentales y mestizos experimentan complejos
fenómenos con lo local, lo nacional y lo global. La opción por estudiar las
tradiciones discursivas regionales resulta fructífera porque enriquece la
mirada respecto a cómo se configura lo andino en la narrativa reciente; también
es estratégico porque establece un sentido, traza una dirección, para integrar dichas
representaciones dentro del amplio campo de figuraciones a propósito de la
narrativa andina. La indagación parece indicar, implícitamente, que resulta
imperativo incorporar las diversas representaciones de lo andino que realizan
las narrativas regionales para que, de este modo, se pueda comprender con mayor
amplitud la idea de la narrativa andina actual. Esta invocación por la visión
heterogénea de lo andino resulta clave para construir o imaginar otra geografía
del conocimiento narrativo, más abierta a los discursos no canónicos, más
inclusiva de las poéticas regionales y más circunscrita a la unidad de la
heterogeneidad.
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Un capítulo
olvidado en el imaginario debate sobre la literatura peruana corresponde a la
formación discursiva y a las representaciones de las poéticas regionales.
Discusión que, seguramente, tendría como punta de lanza las metáforas del
binomio disidencia-recuperación. Expliquémoslo: dentro de un contexto donde la
investigación literaria está centrada mayoritariamente en el análisis e
interpretación de discursos canónicos, indagar por las poéticas regionales
significa no vibrar al unísono de los estertores narrativos de moda; la actitud
conduce más bien a disentir con algunos programas epistemológicos cuya vocación
homogenizadora fantasea con una aparente unidad y estabilidad discursiva; se
disiente para ensanchar las fronteras de la geografía literaria nacional y para
desestabilizar el monopólico mercado de las representaciones narrativas y las
monológicas reflexiones sobre la misma. El efecto de este disentimiento
reconduce el trabajo crítico por el derrotero de la recuperación –arqueológica,
archivística, mitológica, gramatológica– de aquellas manifestaciones
discursivas ocultas por diversas capas textuales de olvido. Es una acción de
fuerte contenido ético porque busca –en la medida de lo posible– hacer justicia
crítica recuperando la memoria narrativa de valiosos autores injustamente
dejados de lado.
Si bien, este puede ser el
señalamiento de la dirección que las investigaciones críticas de las
tradiciones discursivas regionales deben considerar, existe también una
exigencia para quienes tienen el desafío de la imaginación narrativa: dejar
establecido su aporte en este polifónico y diseminado concierto barroco
nacional. Para Terán las propuestas narrativas regionales tienen el imperativo
de imponer su diferencia, su modo alternativo de comprender el curso de las
cosas; quizá como la lección de resistencia que falta frente al entreguismo de
ciertas prácticas escriturales de mercado; imponer una escritura que enriquezca
la tradición literaria no ciñéndose a los mismos lugares comunes, sino
transgrediendo absolutamente todo; no una textualidad analgésica para hacer
dormir la conciencia histórica, sino una literatura protagónica que contenga la
noche y el día, la tranquilidad y la locura, la paz y la beligerancia de la
vida.
Dentro del contexto de la crisis de
las representaciones y el recusamiento de las bases ideológicas de la
constitución del canon literario peruano, hay una crucial misión en las
narrativas regionales. El libro de Jorge Terán Morveli, Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente calibra,
precisamente, aquella relevancia; de esta manera inscribe uno de los primeros
capítulos de la historia literaria regional del siglo XXI.
Javier
Julián Morales Mena
Barrio
del Centenario, mes del Señor de la
Soledad; frente al huerto de moras y orégano blanco, una
acompasada garúa humedece las shaqapas
y el látigo de los Shaqshas.