domingo, 11 de agosto de 2013

Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente



Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente

Comparto con el público ciber-lector, el prólogo que Javier Morales Mena escribió para mi libro Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente (Lima, Grupo Pakarina, 2013). Generosas palabras de un amigo y colega sanmarquino.






Jorge Terán: La poética regional huaracina



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Entre los viajeros del siglo XVI que admirados contemplaban el celeste cielo, la imponente belleza del paisaje y la magnética presencia de los nevados, se hizo familiar una palabra quechua que por entonces borrosamente escuchaban pronunciar a los nativos, cada vez que preguntaban por el nombre de tan paradisiaco lugar: “Waraq”, “Waraq”. Vocablo quechua que significa “amanecer”; palabra que da origen al actual nombre de la ciudad: Huarás. Luminosidad y magnetismo podrían ser dos palabras que sintetizan las múltiples alusiones que se hace de ella. El saber popular ha logrado cincelar una máxima que se inscribe en el aire de los barrios tradicionales y en las calles ruidosas de las nuevas urbanizaciones: “a Huarás llegarás y ahí te quedarás”. Acaso dictum con el que se explica la decisión de muchas personas por optar vivir en el lugar, incluso abandonándolo todo en sus respectivas ciudades de origen. Así como desde hace siglos la ciudad de Huarás cautivó al viajero instalándose en sus pupilas como luz que señala el camino, o como bendición de aire puro que los dioses dejan caer para hinchar los pulmones de amor a los eucaliptos, pinos y molles; actualmente, su literatura también ejerce una poderosa atracción. No porque le deba a la geografía su significación o porque haya un peso determinista en esta asociación, más bien es porque la literatura huaracina, y en general, la literatura ancashina, forma parte de cruciales capítulos del proceso de nuestra literatura peruana y latinoamericana. 

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Autores como Marcos Yauri Montero (Huarás 1930), Carlos Eduardo Zavaleta (Caraz, Ancash, 1928-Lima 2011), Oscar Colchado Lucio (Huallanca, Ancash, 1947) Julio Ortega (Casma, Ancash,  1942) y Juan Ojeda (Chimbote, Ancash, 1944-Lima 1974) no son nombres nada más. Sus producciones literarias, algunas veces, han alcanzado el grado de paradigma narrativo, poético y ensayístico para los escritores más jóvenes. No preguntes quién ha muerto (1989) de Yauri Montero es una de las cumbres de la novela histórica latinoamericana. La narrativa de la Generación del 50 sería incompresible sin el magisterio ni el proyecto narrativo de Zavaleta, autor de, entre otras novelas, Los aprendices (1974) y Pálido pero sereno (1997). Igual de incompleto resultaría el conocimiento narrativo de los sucesos terroristas sin la alegorización de su impacto en el mundo quechua a través de la novela Rosa Cuchillo (1997) de Oscar Colchado Lucio. Si extendemos los aportes, no se podría tener una imagen completa de la riqueza y complejidad de las principales poéticas del sesenta sin la mención de aquella cartografía de destrucción y desbaratamiento del mundo que Ojeda verbaliza en el conjunto de sus poemas, reunidos póstumamente bajo el título: Arte de navegar (1962-1974). Poesía y narrativa, pero también pensamiento crítico; y quien desde temprano comprendió la importancia de una crítica literaria acorde a los avatares y transformaciones de los proyectos narrativos, fue Ortega; así lo ejemplifican sus primeras reflexiones en: La contemplación y la fiesta. Ensayos sobre la nueva novela latinoamericana (1969) y La imaginación crítica. Ensayos sobre la modernidad en el Perú (1974). El quehacer intelectual de estos autores desborda las fronteras de un género específico. Su palabra se extiende libremente por otras geografías literarias. Para mencionar solo dos casos: Yauri estremece el corazón de la poesía con la vitalidad de su lira: Un rostro en el polvo (1963), La balada de amor de Lázaro (1967), El amor de la adusta tierra /Rapsodia en Chavín (1968) o Lázaro divagante (1969); e ilumina el camino de la interpretación de la literatura oral en los lúcidos y rigurosos ensayos: Laberintos de la memoria. Reinterpretación de relatos orales y mitos andinos (2006) y Simbolismo de las plantas alimenticias nativas en el imaginario andino (2009). El vigor de la cuentística que desafía cualquier cláusula formal en nombre de la experimentación y renovación técnica, es la de Zavaleta: La batalla y otros cuentos (1954), Vestido de luto (1961) y Niebla cerrada (1970); la cultivada precisión argumentativa y la indagación que no deja de interrogar la literatura dentro de los avatares del mundo contemporáneo, podemos encontrarlos en sus ensayos: William Faulkner, novelista trágico (1959), Estudios sobre Joyce y Faulkner (1993), El gozo de las letras I (1997) y II (2002) y Cervantes en el Perú (2009). Este sumario recuento no indica que la historia de la imaginación literaria ancashina se detuvo en estos autores. El campo de la literatura es dinámico y heterogéneo. Precisamente por ello, Jorge Terán Morveli (Lima, 1976) atento lector de la formación de las poéticas regionales, centra su atención en el estudio de un importante corpus narrativo huaracino constituido por la obra de narradores como: Edgar Norabuena Figueroa (Huarás, 1978), Eber Zorrilla Lizardo (Huari, Ancash, 1982), Daniel Gonzales Rosales (Huarás, 1976), Rodolfo Sánchez Coello (Lima, 1977) y Ludovico Cáceres Flor (Chacas, Ancash, 1963). 

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La tradición literaria ancashina, por extensión huaracina, es como una piedra imantada. Jorge Terán Morveli  ha sucumbido por ese magnetismo narrativo. Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente es el resultado de aquella atracción, pero también la continuación de un programa y proyecto de investigación que el autor trazó desde la publicación del texto Desde dónde hablar. Dinámicas oralidad-escritura (2008). Es decir, su interés académico, desde su inicio, no estuvo orientado por el estudio de textos canónicos, sino más bien por textualidades poco tomadas en cuenta. Su aproximación hacia la narrativa huaracina comprendámosla dentro de aquel escasamente frecuentado campo de proyectos literarios alternativos; universos simbólicos a los que, normalmente, la comunidad académica no le presta la debida atención. Terán plantea una pregunta matriz: ¿cómo se representa lo andino en la narrativa de los autores antes mencionados? Las tesis, a las que arriba, resultan importantes porque precisan la existencia de dos modos de comprender lo andino. Según la manera tradicional, esta se asocia con cierta función de la escritura encargada de describir espacios y festividades, así como con narrar, desde una voz indígena, los sucesos de la violencia terrorista de la década del ochenta. El proyecto narrativo se orienta en este caso por la conservación y defensa de las tradiciones andinas. Las narrativas que recorren esta opción figurativa pertenecen a Norabuena y Zorrilla, que –precisa Terán– continúan con las propuestas estéticas de Oscar Colchado Lucio y Macedonio Villafán Broncano (Taricá, Huarás, 1949), autor del memorable conjunto de relatos Los hijos de Hilario (1988). El otro modo es el moderno. Desde esta perspectiva se representa los complejos procesos de la modernidad y la posmodernidad en espacios andinos urbanos. La escritura se detiene en explorar la repercusión que aquellas tienen en la sociedad. Este modo de representación corresponde con los universos narrativos de Gonzales, Cáceres y Sánchez;  cosmos que tiene sus inmediatos referentes o raíces ficcionales en Yauri y Zavaleta.
            De este modo, la pregunta respecto a cómo se comprende lo andino, resitúa la discusión del tema más allá de lecturas románticas que lo idealizan como recóndito espacio donde no se experimenta las mutaciones del mundo contemporáneo. El análisis de las narraciones de los autores ancashinos, permite plantear –a Terán– que lo andino se configura como dinámico espacio donde quechuas, occidentales y mestizos experimentan complejos fenómenos con lo local, lo nacional y lo global. La opción por estudiar las tradiciones discursivas regionales resulta fructífera porque enriquece la mirada respecto a cómo se configura lo andino en la narrativa reciente; también es estratégico porque establece un sentido, traza una dirección, para integrar dichas representaciones dentro del amplio campo de figuraciones a propósito de la narrativa andina. La indagación parece indicar, implícitamente, que resulta imperativo incorporar las diversas representaciones de lo andino que realizan las narrativas regionales para que, de este modo, se pueda comprender con mayor amplitud la idea de la narrativa andina actual. Esta invocación por la visión heterogénea de lo andino resulta clave para construir o imaginar otra geografía del conocimiento narrativo, más abierta a los discursos no canónicos, más inclusiva de las poéticas regionales y más circunscrita a la unidad de la heterogeneidad.

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Un capítulo olvidado en el imaginario debate sobre la literatura peruana corresponde a la formación discursiva y a las representaciones de las poéticas regionales. Discusión que, seguramente, tendría como punta de lanza las metáforas del binomio disidencia-recuperación. Expliquémoslo: dentro de un contexto donde la investigación literaria está centrada mayoritariamente en el análisis e interpretación de discursos canónicos, indagar por las poéticas regionales significa no vibrar al unísono de los estertores narrativos de moda; la actitud conduce más bien a disentir con algunos programas epistemológicos cuya vocación homogenizadora fantasea con una aparente unidad y estabilidad discursiva; se disiente para ensanchar las fronteras de la geografía literaria nacional y para desestabilizar el monopólico mercado de las representaciones narrativas y las monológicas reflexiones sobre la misma. El efecto de este disentimiento reconduce el trabajo crítico por el derrotero de la recuperación –arqueológica, archivística, mitológica, gramatológica– de aquellas manifestaciones discursivas ocultas por diversas capas textuales de olvido. Es una acción de fuerte contenido ético porque busca –en la medida de lo posible– hacer justicia crítica recuperando la memoria narrativa de valiosos autores injustamente dejados de lado.
            Si bien, este puede ser el señalamiento de la dirección que las investigaciones críticas de las tradiciones discursivas regionales deben considerar, existe también una exigencia para quienes tienen el desafío de la imaginación narrativa: dejar establecido su aporte en este polifónico y diseminado concierto barroco nacional. Para Terán las propuestas narrativas regionales tienen el imperativo de imponer su diferencia, su modo alternativo de comprender el curso de las cosas; quizá como la lección de resistencia que falta frente al entreguismo de ciertas prácticas escriturales de mercado; imponer una escritura que enriquezca la tradición literaria no ciñéndose a los mismos lugares comunes, sino transgrediendo absolutamente todo; no una textualidad analgésica para hacer dormir la conciencia histórica, sino una literatura protagónica que contenga la noche y el día, la tranquilidad y la locura, la paz y la beligerancia de la vida.
            Dentro del contexto de la crisis de las representaciones y el recusamiento de las bases ideológicas de la constitución del canon literario peruano, hay una crucial misión en las narrativas regionales. El libro de Jorge Terán Morveli, Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente calibra, precisamente, aquella relevancia; de esta manera inscribe uno de los primeros capítulos de la historia literaria regional del siglo XXI. 



Javier Julián Morales Mena
Barrio del Centenario, mes del Señor de la Soledad; frente al huerto de moras y orégano blanco, una acompasada garúa humedece las shaqapas y el látigo de los Shaqshas.