martes, 26 de noviembre de 2013

Una reedición esperada y una aproximación necesaria: Sobre El bagre partido de Antonio Salinas


Necesaria lectura de Antonio Salinas

Apuntes sobre El bagre partido


Estimados ciber-lectores, comparto algunas reflexiones iniciales alrededor de este excelente libro de cuentos, reeditado recientemente por Ornitorrinco editores. Las mismas se hallan incluidas en esta reedición, a manera de prólogo. Aparecieron, también, con anterioridad en el segundo número de la revista Distopía.





Dentro del panorama de la literatura peruana y ancashina contemporánea, la labor escritural de Antonio Salinas (Lima 1944 – París 1997) (seudónimo de José Antonio Palacios, autor afín a los avatares del puerto ancashino de Chimbote) ha de ser releída, analizada e interpretada en aras de otorgarle el sitial que merece. Hasta ahora, su breve obra de escasa difusión e incuestionable calidad han hecho de este escritor un autor de culto. Autor de los libros de cuentos El bagre partido (1984) y Verdenegro, alucinado moscón (2000), además del libro de crónicas Embarcarse en la nostalgia (1999) –los dos últimos póstumos-, integrante del Grupo literario Isla Blanca, incansable trotamundos, ha de abandonar el rótulo que lo sindica como escritor de iniciados y especialistas para convertirse en un referente necesario de nuestra literatura.



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Si debemos situar la escritura ficcional de Salinas al interior de un contexto literario mayor, este es el del boom latinoamericano. Sin dejar de lado, en cuanto a los mundos representados, un fuerte acento local (para el caso de El bagre… la integridad de sus cuentos se ambientan en el Perú), las estrategias narrativas a las cuales apela remiten a las innovaciones introducidas por los escritores adscritos a dicho fenómeno literario, así como el tratamiento de determinados tópicos. En su obra hallamos narraciones que escapan a la linealidad del tiempo, el uso de diversas voces narrativas, incluso alguna escena que remite al realismo mágico; además, es evidente su interés por relatar eventos asociados a la historia y la política, y por acercarse a la conflictiva relación entre lo urbano y lo rural, solo por mencionar las características más relevantes





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Que estas breves páginas, que estos apuntes iniciales nos permitan ofrecer una primera aproximación al inaugural libro de Antonio Salinas, El bagre partido, con el deseo de establecer algunas directrices de lectura que resitúen la obra de este escritor en el panorama de la literatura peruana contemporánea.



Si bien El bagre partido puede ser abordado desde múltiples entradas -seguramente, la lectura crítica venidera habrá de explotar esta posibilidad-, para la comprensión de los mundos de Salinas, hemos optado por algunos ejes temáticos recurrentes que recorren, interrelacionados, los cuentos que conforman este volumen[1]:



1) La dualidad del ser humano, manifiesta en las pulsiones de creación y destrucción, es punto de partida para pensar el tránsito de los personajes a través de una atmósfera social que les resulta abrumadora. Eros, instinto de vida, principio de amor y sexualidad, simbolizado, sobre todo, en el amor de los protagonistas (niños, hermanos, amantes y luchadores sociales) por la pareja y por el mundo, habrá de enfrentarse a Tánatos, instinto de muerte, principio de agresión, personificado en los antagonistas (militares, sobre todo). Son dos los relatos donde esta confrontación se hace evidente, isotópica. En “Los eternos”, los amantes, Ricardo y Lucía, cuyo amor les permitía trascender lo mundano (“Tomados de la mano se perdían en el espacio celeste” [51]), tendrán que separarse por la presencia de estos antagonistas (enviados por “[la] Máquina infernal” [53] que, como veremos en el siguiente punto, es también, fanática). Esta oposición se hace evidente cuando Ricardo complementa su entrega a Lucía con el amor por el mundo; ambos afectos se entienden como uno: “Lucía, el amor será invencible si peleamos juntos […] Hoy día me han despertado  los disparo, tráeme las balas mi amor. Hay que defender el amor, porque el amor es invencible, el amor es ese algo que no se puede asesinar” (59), expresa Ricardo. Más allá de las consecuencias mortales de enfrentarse al sistema (él es asesinado por los militares, mientras que ella se entrega al mar), de oponerse a los “cachacos”, a “los amantes del deber” (53), el amor resiste, se impone a la muerte. A pesar de esa vocación destructiva a la cual se enfrenta, el amor de Ricardo y Lucía, habrá de perdurar más allá de sus muertes. Sus almas habrán de reencontrarse para, a su vez, anunciar un reencuentro con el pasado ancestral, con las raíces: “Vámonos a las cordilleras que allí tenemos a nuestro dios Pachacámac” (59), dirá Ricardo casi al final del relato. A su vez, en “Los diablos de Huanca” el principio de vida, el amor entre Pancho Sáenz y Sebastiana se encuentra marcado por la presencia tanática del sistema, pues la desgracia que esta instala en sus vidas viabiliza el encuentro posterior de los amantes. Origen que explica la tendencia autodestructiva de esta relación afectiva. Así, el narrador, quien proviene de la costa, nos relata su llegada, en viaje de placer se colige, a la ciudad andina de Huanca, donde se hospedará en casa de los señores Sáenz, los padres de Pancho. Rememora allí el contexto de violencia política sufrido por dicha ciudad, cuando un batallón de caballería (“¡Los diablos! ¡los diablos!! ¡¡Los diablos!! [85] se mencionará textualmente, explicitando el título del cuento) masacró a profesores, estudiantes y población reunidos en mitin en la plaza principal. Fue entonces cuando Pancho, un pequeño niño al cuidado de Sebastiana, quedó ciego tras el incidente. A pesar de los prejuicios sociales (la muchacha es llamada “chola” recurrentemente), una vez convertido en hombre, Pancho se casa con Sebastiana. Sin embargo, la relación que llevan resulta extraña y peligrosa a los ojos del narrador, pues el marido ciego sabe que este se ha acostado, durante su visita, con su mujer. Se lo menciona, haciéndole saber que, tras su partida, nada alterará su relación: “Y ya sabes, debes olvidarte de Sebastiana, ella a menudo me es infiel con los que llegan de visita, la pobrecita, cree que no lo sé…” (93).



2) Los militares que se enfrentan a los amantes, canalizan una realidad más feroz: el carácter tanático del sistema. Este se comprende mejor en función a las dinámicas de un modo de producción que se entiende como capitalista[2]. Así, este sistema explotador engendra violencia (estructural, política, simbólica y física). El gobierno militar dictatorial, representante del estado peruano, cuyo brazo armado lo constituyen las fuerzas armadas, se encarga de ejercerla. Incluimos cuatro cuentos (“Rosenda”, “Los de la línea 25”, “Los ataúdes de mi padre” y “Teresa, los Sánchez y el último domingo”) que inciden en este segundo ítem y que se complementan con el anterior, en tanto se aprecia, también, una respuesta de parte del Eros de los sujetos. Estos relatos conforman una unidad. No dan cuenta, exactamente, de una misma historia, pero hallamos llamadas entre ellos. ¿Qué es aquello que le otorga unidad, entonces? El crescendo de violencia, de la presencia tanática del sistema que intenta destruir el principio de vida; en directa analogía con la participación cada vez más activa de los sujetos en su lucha contra aquella, desde el enfoque de los narradores. El primer texto, “Rosenda”, ambientado en Lima, parte del anuncio de la partida de la amada del mismo nombre (“Hoy es el último día que estoy aquí. Mañana me voy” [11]). A través de la voz del amante, Antonio, relata la historia del desencuentro, de la incomunicación entre esta  pareja que lleva adelante una relación afectiva libre de ataduras, en aras de una libertad que, simbólicamente, se opone y cuestiona los parámetros de la sociedad moderna, de esa sociedad, para el momento de la narración, regida por una dictadura militar de corte populista. Así, esa sociedad, claramente opresiva, intentar arrebatar al ser humano la libertad que este necesita (un sistema regido por “los de San Isidro y Estados Unidos” [16]). Rosenda, joven burguesa, se yergue ante estas ataduras. Sin embargo, esta respuesta es insuficiente, pues se encuentra más cercana a la decadencia propia de la clase a la cual pertenece la muchacha (un grupo de artitas que práctica la bohemia, mientras, sintomáticamente, Antonio, chofer de camiones, no bebe –aunque sus motivos sean más bien por asuntos de salud). Así, el afán contestatario de Rosenda se configura mas como un efugio por su mismo carácter decadente. Este carácter burgués de Rosenda es vital para comprender el crescendo que mencionamos, pues en los siguientes textos, la violencia se presentará en todo su carácter material y serán los sectores populares los que respondan directamente a esta. Así, en el segundo cuento, “Los de la línea 25”, esta voluntad de enfrentarse al sistema -aunque no directamente, pues aquellos que lo hacen, para el caso, han apelado a atentados- a diferencia del cuento anterior, no radica en la evasión, sino en el enfrentamiento –asimétrico ciertamente, dada la fuerza del sistema-, en el atentado a los símbolos de ese sistema (la explosión en el City Bank, tal como se mencionará en un cuento posterior). A través de la narración del chofer del bus (se colige que es Antonio, el amante del cuento anterior, pasados diez años, con esposa y tres hijos a cuestas) seguimos la toma del bus, por parte de tres jóvenes, que se presumen de origen popular. Rodeados por los militares, no tienen posibilidad de huir: “los tres con los ojos bien abiertos, son tres fieras acorraladas en su propia madriguera, hay que salvarse a cualquier precio, caer en manos de los que ya han asesinado a tantos es ir directamente al matadero” (29), menciona el narrador. Tras una confusión al interior del bus el tiroteo principia con el saldo de muertes respectivo. En el tercer relato, “Los ataúdes de mi padre”, la progresión de la cual hablamos tiene como protagonistas, en este caso, a sujetos provenientes, esta vez explícitamente, del sector popular. El relato se abre desde un aquí y ahora en el que el narrador, que se adivina niño o púber, relata su visión del asesinato de siete jóvenes en el cementerio (junto a su familia habita sobre una antigua guaca ubicada al interior del camposanto), en el contexto de una serie de disturbios populares en el puerto de Chimbote, que implican enfrentamiento con las fuerzas represivas del estado, las fuerzas armadas. Desde este lugar relata su pasado en el pueblo serrano del cual proviene (aunque no se considera serrano), y, sobre la base de la oposición entre el antiguo espacio habitado y el nuevo se incidirá en las condiciones deplorables y en los efectos degradantes que se sufren en este último: las condiciones de pobreza entre las cuales sobrevive el narrador, la muerte de su hermano, la muerte de los jóvenes. La duda y la crítica acerca de su propio proceso migratorio aparecen, merced a ese espacio costeño donde los límites del mito del progreso y la violencia del sistema tanático que lo soporta se hacen evidentes. El pequeño narrador verbaliza ese estado: “Yo no sé por qué mierda nos vinimos a este puerto Los cachacos acaban de tirarse a más de siete en el puente, acabo de verlos desde allí, desde el nicho más alto del cementerio” (35), “Sí, lo dejamos todo por venirnos a la costa, acá, a vivir con los muertos” (39). Finalmente, en “Teresa, los Sánchez y el último domingo”, el crescendo se hace mayor, pues el narrador es un testigo directo del enfrentamiento entre el ser humano y el sistema tanático. Provenientes de Chimbote, los hermanos Sánchez, ya en Lima, habitan un solo dormitorio junto a Teresa, joven serrana que ayuda con las labores en casa. En medio de una atmósfera, al igual que en el resto de cuentos del volumen, cargada de miseria, pobreza y marginalidad, Lalo, el hermano mayor, va a narrar los cambios ocurridos en el ser de su hermano menor Carlos; cambios que se deben a una toma de conciencia de la situación de la sociedad y a su ingreso a la lucha material contra el sistema, desde una postura que se asume comunista (lee “libros rojos” [74]. Carlos manifiesta esa pulsión creadora de vida, su deseo de cambiar el estado de la cosa: “El es un soñador, siempre con sus ideas de construir un mundo nuevo, un hombre nuevo. El futuro será diferente, me dice…” (65) expresa. A diferencia de este, Lalo expresa, constantemente, su conformismo, aferrándose a lo poco que ha logrado conquistar en la capital: “tengo miedo […] miedo tal vez de perder lo poco que he logrado agarrar, pero qué he agarrado! (69), temor de perder lo poco que ha podido arrebatarle al mito del progreso. Sin embargo, como en los relatos anteriores, aquellos que se enfrentan al status quo caen en manos de la represión militar. Así, Carlos Sánchez será detenido bajo el cargo de “guerrillero urbano” (75), junto a sus circunstanciales “cómplices”. Resta sin embargo, el rastro de su lucha, la huella de su actividad creadora, dadora de vida, reformadora de la vigente, en aras de una sociedad verdaderamente humana.



3) El tópico del viaje como desplazamiento físico, cultural y emocional es persistente; el viaje como aprendizaje, como evasión, como búsqueda del progreso, como simple desplazamiento rutinario, o como camino a la muerte. Viajes, sea cual sea su motivación, que se imbrican directa o tangencialmente con la presencia del sistema destructor y aniquilador. Una de estas aristas se manifiesta en el cuento que cierra y otorga título al libro: “El bagre partido”. A bordo de “La Irenita”, el narrador recorre el Amazonas. En este viaje, conocerá a un alemán, Franz, y a un italiano, Giacomo, en un viaje a territorios donde el sistema -en el mismo contexto de la dictadura militar peruana, en esta caso, incluso, latinoamericana- no llega. Es más, emprenderá el viaje para huir de este. Textualmente explicita: “Me voy huyendo […], son los militares, me buscan” (105-106). Huye sin saber exactamente cuál es su delito: “con los militares no necesitas ser culpable, basta sospechoso” (106). Este recorrido es un viaje en el que sufrirá, junto a sus compañeros extranjeros, la progresiva degradación física y humana, incluso la muerte (Franz desaparecerá engullido por el río; a Giacomo lo asesinarán, por robar un pedazo de pan, los tripulantes de “La Irenita”, lo cual permite comprender que el estado no se halla presente a través de sus instituciones pero sí de sus prácticas represivas y violentas, ya naturalizadas por personajes como el práctico que se hace llamar “comandante”, quien autoriza la muerte del italiano); un viaje que se torna un destino incierto, sin un final establecido. Nos enfrentamos a un relato donde el final repara, más bien, en este carácter inacabado del viaje; final abierto, pero sin esperanzas, los lectores no tenemos a qué asirnos, al igual que los personajes de estas páginas.



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Que estas palabras sobre El bagre partido sean homenaje justo a un autor cuya obra, por su calidad estética y sus alcances éticos, debe ser sometido a lectura y a estudio; una obra que debe ser conocida y valorada en su real medida, más allá de su siempre querido Ancash. La discusión de sus textos se habrá de entender como aportes para la comprensión de nuestra literatura peruana. Y que estas primeras palabras, que esta primera breve aproximación sea una forma de rendirle, también, homenaje a este incansable viajero y explorador de los límites del ser humano, de sus posibilidades de creación y de su afán por enfrentarse a la destrucción.


Jorge  Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos


[1] Cabe señalar que los ejes no se restringen a determinados cuentos, sino que cruzan muchos de ellos. Sin embargo, para fines expositivos, optaremos por asociar nuestra división a determinados relatos.


[2] Las referencias al comunismo como opuesto alternativo son también constantes; tal como se presenta en el texto, se puede entender como pulsión de creación por oposición al de destrucción que implica el capitalismo en la poética de Salinas. Se comprende este carácter binario teniendo en cuenta el contexto de escritura del autor, un periodo donde aún los metarrelatos gozan de prestigio. Las referencias, veladas  algunas, evidentes otras, a eventos extratextuales son también recurrentes: el gobierno militar peruano del 1968-80, la matanza de profesores y estudiantes en Huanta en 1969, la represión militar en el Chimbote del 70, y, posiblemente, los principios de la guerra interna de la década del 80 del siglo pasado.

jueves, 24 de octubre de 2013

El hombre no camina solo: Animales en el cuento ancashino. Selección a cargo de Eber Zorrilla Lizardo



El hombre no camina solo:
Animales en el cuento ancashino 

Selección a cargo de Eber Zorrilla Lizardo


Comparto, estimados ciber-lectores, algunos párrafos escritos a manera de prólogo para esta reciente publicación del poeta y narrador ancashino Eber Zorrilla Lizardo, quien promete, pronto, nueva publicación ficcional.




El Diccionario de la RAE ofrece la siguiente definición del término Antología: “Colección de piezas escogidas de literatura”. Así, el campo semántico de esta palabra involucra, en primera instancia, dos acciones: seleccionar y reunir, para su circulación pública se entiende. En segunda instancia, podemos pensar en una consecuencia directa de estos actos: la responsabilidad ante lo escogido y ofrecido. Eber Zorrilla, poeta y narrador, en El hombre no camina solo: animales en el cuento ancashino ha asumido esta responsabilidad: ofrecer al público lector una selección de cuentos sobre un tema específico (animales) procedente de una zona delimitada (Ancash) Abordemos, brevemente, cada uno de estos ítems.

La presencia de animales resulta un tópico claramente discernible a través de la literatura universal. En el campo de la literatura oral, mitos y leyendas, a lo largo del orbe, en un sinnúmero de culturas, han apelado a la presencia animal para ofrecer explicaciones acerca del mundo. Esta ha acompañado o ha sido ella misma protagonista de las aventuras de héroes culturales, por mencionar un ejemplo. De claro matiz endoculturador estas narraciones han sobrevivido a la modernidad. En el campo de la literatura escrita, también los animales han poblado las narraciones en distintas naciones y épocas. Pensemos en las fábulas de Esopo, allá por el siglo VII a.C. o en las de Perrault en el XVII d.C. Ya en otros géneros, quizá, mucho más modernos y familiares para los lectores contemporáneos, recordamos, también, algunos célebres animales: Colmillo blanco, el perro lobo salvaje, creación de Jack London; Moby Dick, majestuosa ballena blanca enfrentada a la ira del capitán Ahab, creatura de la pluma de Herman Melville; o el cuervo del poema homónimo de E. A. Poe. Bastaría recordar, además, la alegoría de George Orwell en Rebelión en la granja, por mencionar solo algunos casos harto conocidos. De otro lado, nuestra literatura también, como se colige,  ha apelado a estas presencias. Sin ir muy lejos, en nuestra tradición literaria oral encontramos relatos andinos que tienen por protagonistas al pericote y al zorro, o, en los amazónicos, donde la fauna casi íntegra puebla mitos y leyendas; ya en el plano de nuestra literatura escrita, quién no recuerda a Güeso y Pellejo, esas dos criaturas fieles y humanas de Los perros hambrientos de Ciro Alegría. Presencia de animales que, a través de diversas épocas, a través de diversos géneros, han mediado la sensibilidad del ser humano, ya sea como catalizador de nuestras propias búsquedas y/o como proceso empático con algunos de ellos.

            Como mencionamos, esta presencia de animales, como tópico, se muestra ante el público lector en el marco de una literatura regional ancashina. Narrativa, como todas las regionales, polifacética, donde se dan la mano distintos géneros. En tal sentido, la muestra ofrecida en esta antología nos permite apreciar las diversas maneras cómo los narradores ancashinos han desarrollado, para el caso, el tópico de los animales en su escritura. Este panorama se comprende como una mirada que recorre diacrónicamente la labor escritural de consagrados escritores, así como de los más jóvenes, de la narrativa ancashina a lo largo, cuando menos, de la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, albores del XXI.

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Al interior de la antología ofrecida por Zorrilla, podemos distinguir algunas constantes, que nos permiten agrupar los relatos antologados. Una primera división 1) agrupa cuentos que apuestan por incluir animales que podrían considerarse míticos. “La batalla” de Carlos Eduardo Zavaleta, parte de un evento cultural existente en las serranías de Ancash, la fiesta del Cóndor Rachi. A través de esta festividad, donde un cóndor es colgado para probar la “valentía” de los poblanos, asistimos al final mundano de este mítico animal, que se convierte en medio para que los poderosos del pueblo demuestren su “bravura”. La pluma de Zavaleta nos permite asistir a un evento donde lo único que se manifiesta es la insignificancia de estos seres humanos, quienes se regodean en su propia crapulencia. Esta visión desacralizada se contrapone a la perspectiva enteramente mítica del cuento “El enviado del dios Pachacámac” de Macedonio Villafán. Aquí, un enorme can, enviado de dicho dios preincaico, ha de socorrer, ha de velar por los hijos del Ande en los arenales de Lima, cual imagen persistente del pensamiento andino. Se suma a esta grupo el cuento “Toro Moreno y Tumbacerro” de Edgar Norabuena Figueroa, que incide en la relación entre hombre y animal -una relación que hace extensivo el binomio hombre naturaleza-, al interior de un relato con marcas de tradición oral. 2) Un segundo conjunto al interior de nuestra segmentación reúne aquellos relatos que poseen un marcado referente urbano. Pensamos en “Lobosucio” de Teofilo Villacorta Cahuide. Con una fuerte deuda con el neorrealismo urbano, nos presenta, en dos planos, la sensibilidad de un pobre perro, en directa relación con el acontecer de un niño. El recorrido del pobre animal nos permite asistir a la miseria que abarrota un puerto del litoral. Una tercera línea 3) incluye relatos que abordan el tema de los animales desde una perspectiva que podemos considerar fantástica. Ricardo Ayllón en “La enemiga”, con una clara reminiscencia cortazariana, relata los estragos que causa la presencia de una indómita bestia en el ánima del narrador, llevándolo a afrontar un enfrentamiento que considera final. Un encuentro final entre humano y bestia. “La mosca” de Ítalo Morales, comparte esta dinámica. En este caso, el enfrentamiento con una mosca, llevará, incluso, al protagonista a plantearse una última batalla, autodestructiva. En ambos cuentos, el enfrentamiento canaliza la el temor y/o la paranoia de los protagonistas que exteriorizan, en estos enfrentamientos, no solo sus fobias sino sus más íntimos fantasmas. 4) Un cuarto tipo de relato, incluye la microficción. En “La pulga” de Daniel Gonzales Rosales asistimos a la narración del relato desde la voz de la misma pulga. Con una gran dosis de humor, nos enteramos de los devaneos o cavilaciones de aquel parásito.

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El libro El hombre no camina solo: Animales en el cuento ancashino nos ofrece una muestra de la narrativa ancashina, siempre vigente, siempre múltiple, coincidente con los variados intereses literarios de sus escritores. Sin duda, una antología imprescindible para mapear el trayecto narrativo de esta literatura. Saludamos esta selección del escritor Eber Zorrilla Lizardo.

Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

domingo, 11 de agosto de 2013

Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente



Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente

Comparto con el público ciber-lector, el prólogo que Javier Morales Mena escribió para mi libro Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente (Lima, Grupo Pakarina, 2013). Generosas palabras de un amigo y colega sanmarquino.






Jorge Terán: La poética regional huaracina



1
Entre los viajeros del siglo XVI que admirados contemplaban el celeste cielo, la imponente belleza del paisaje y la magnética presencia de los nevados, se hizo familiar una palabra quechua que por entonces borrosamente escuchaban pronunciar a los nativos, cada vez que preguntaban por el nombre de tan paradisiaco lugar: “Waraq”, “Waraq”. Vocablo quechua que significa “amanecer”; palabra que da origen al actual nombre de la ciudad: Huarás. Luminosidad y magnetismo podrían ser dos palabras que sintetizan las múltiples alusiones que se hace de ella. El saber popular ha logrado cincelar una máxima que se inscribe en el aire de los barrios tradicionales y en las calles ruidosas de las nuevas urbanizaciones: “a Huarás llegarás y ahí te quedarás”. Acaso dictum con el que se explica la decisión de muchas personas por optar vivir en el lugar, incluso abandonándolo todo en sus respectivas ciudades de origen. Así como desde hace siglos la ciudad de Huarás cautivó al viajero instalándose en sus pupilas como luz que señala el camino, o como bendición de aire puro que los dioses dejan caer para hinchar los pulmones de amor a los eucaliptos, pinos y molles; actualmente, su literatura también ejerce una poderosa atracción. No porque le deba a la geografía su significación o porque haya un peso determinista en esta asociación, más bien es porque la literatura huaracina, y en general, la literatura ancashina, forma parte de cruciales capítulos del proceso de nuestra literatura peruana y latinoamericana. 

2
Autores como Marcos Yauri Montero (Huarás 1930), Carlos Eduardo Zavaleta (Caraz, Ancash, 1928-Lima 2011), Oscar Colchado Lucio (Huallanca, Ancash, 1947) Julio Ortega (Casma, Ancash,  1942) y Juan Ojeda (Chimbote, Ancash, 1944-Lima 1974) no son nombres nada más. Sus producciones literarias, algunas veces, han alcanzado el grado de paradigma narrativo, poético y ensayístico para los escritores más jóvenes. No preguntes quién ha muerto (1989) de Yauri Montero es una de las cumbres de la novela histórica latinoamericana. La narrativa de la Generación del 50 sería incompresible sin el magisterio ni el proyecto narrativo de Zavaleta, autor de, entre otras novelas, Los aprendices (1974) y Pálido pero sereno (1997). Igual de incompleto resultaría el conocimiento narrativo de los sucesos terroristas sin la alegorización de su impacto en el mundo quechua a través de la novela Rosa Cuchillo (1997) de Oscar Colchado Lucio. Si extendemos los aportes, no se podría tener una imagen completa de la riqueza y complejidad de las principales poéticas del sesenta sin la mención de aquella cartografía de destrucción y desbaratamiento del mundo que Ojeda verbaliza en el conjunto de sus poemas, reunidos póstumamente bajo el título: Arte de navegar (1962-1974). Poesía y narrativa, pero también pensamiento crítico; y quien desde temprano comprendió la importancia de una crítica literaria acorde a los avatares y transformaciones de los proyectos narrativos, fue Ortega; así lo ejemplifican sus primeras reflexiones en: La contemplación y la fiesta. Ensayos sobre la nueva novela latinoamericana (1969) y La imaginación crítica. Ensayos sobre la modernidad en el Perú (1974). El quehacer intelectual de estos autores desborda las fronteras de un género específico. Su palabra se extiende libremente por otras geografías literarias. Para mencionar solo dos casos: Yauri estremece el corazón de la poesía con la vitalidad de su lira: Un rostro en el polvo (1963), La balada de amor de Lázaro (1967), El amor de la adusta tierra /Rapsodia en Chavín (1968) o Lázaro divagante (1969); e ilumina el camino de la interpretación de la literatura oral en los lúcidos y rigurosos ensayos: Laberintos de la memoria. Reinterpretación de relatos orales y mitos andinos (2006) y Simbolismo de las plantas alimenticias nativas en el imaginario andino (2009). El vigor de la cuentística que desafía cualquier cláusula formal en nombre de la experimentación y renovación técnica, es la de Zavaleta: La batalla y otros cuentos (1954), Vestido de luto (1961) y Niebla cerrada (1970); la cultivada precisión argumentativa y la indagación que no deja de interrogar la literatura dentro de los avatares del mundo contemporáneo, podemos encontrarlos en sus ensayos: William Faulkner, novelista trágico (1959), Estudios sobre Joyce y Faulkner (1993), El gozo de las letras I (1997) y II (2002) y Cervantes en el Perú (2009). Este sumario recuento no indica que la historia de la imaginación literaria ancashina se detuvo en estos autores. El campo de la literatura es dinámico y heterogéneo. Precisamente por ello, Jorge Terán Morveli (Lima, 1976) atento lector de la formación de las poéticas regionales, centra su atención en el estudio de un importante corpus narrativo huaracino constituido por la obra de narradores como: Edgar Norabuena Figueroa (Huarás, 1978), Eber Zorrilla Lizardo (Huari, Ancash, 1982), Daniel Gonzales Rosales (Huarás, 1976), Rodolfo Sánchez Coello (Lima, 1977) y Ludovico Cáceres Flor (Chacas, Ancash, 1963). 

3
La tradición literaria ancashina, por extensión huaracina, es como una piedra imantada. Jorge Terán Morveli  ha sucumbido por ese magnetismo narrativo. Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente es el resultado de aquella atracción, pero también la continuación de un programa y proyecto de investigación que el autor trazó desde la publicación del texto Desde dónde hablar. Dinámicas oralidad-escritura (2008). Es decir, su interés académico, desde su inicio, no estuvo orientado por el estudio de textos canónicos, sino más bien por textualidades poco tomadas en cuenta. Su aproximación hacia la narrativa huaracina comprendámosla dentro de aquel escasamente frecuentado campo de proyectos literarios alternativos; universos simbólicos a los que, normalmente, la comunidad académica no le presta la debida atención. Terán plantea una pregunta matriz: ¿cómo se representa lo andino en la narrativa de los autores antes mencionados? Las tesis, a las que arriba, resultan importantes porque precisan la existencia de dos modos de comprender lo andino. Según la manera tradicional, esta se asocia con cierta función de la escritura encargada de describir espacios y festividades, así como con narrar, desde una voz indígena, los sucesos de la violencia terrorista de la década del ochenta. El proyecto narrativo se orienta en este caso por la conservación y defensa de las tradiciones andinas. Las narrativas que recorren esta opción figurativa pertenecen a Norabuena y Zorrilla, que –precisa Terán– continúan con las propuestas estéticas de Oscar Colchado Lucio y Macedonio Villafán Broncano (Taricá, Huarás, 1949), autor del memorable conjunto de relatos Los hijos de Hilario (1988). El otro modo es el moderno. Desde esta perspectiva se representa los complejos procesos de la modernidad y la posmodernidad en espacios andinos urbanos. La escritura se detiene en explorar la repercusión que aquellas tienen en la sociedad. Este modo de representación corresponde con los universos narrativos de Gonzales, Cáceres y Sánchez;  cosmos que tiene sus inmediatos referentes o raíces ficcionales en Yauri y Zavaleta.
            De este modo, la pregunta respecto a cómo se comprende lo andino, resitúa la discusión del tema más allá de lecturas románticas que lo idealizan como recóndito espacio donde no se experimenta las mutaciones del mundo contemporáneo. El análisis de las narraciones de los autores ancashinos, permite plantear –a Terán– que lo andino se configura como dinámico espacio donde quechuas, occidentales y mestizos experimentan complejos fenómenos con lo local, lo nacional y lo global. La opción por estudiar las tradiciones discursivas regionales resulta fructífera porque enriquece la mirada respecto a cómo se configura lo andino en la narrativa reciente; también es estratégico porque establece un sentido, traza una dirección, para integrar dichas representaciones dentro del amplio campo de figuraciones a propósito de la narrativa andina. La indagación parece indicar, implícitamente, que resulta imperativo incorporar las diversas representaciones de lo andino que realizan las narrativas regionales para que, de este modo, se pueda comprender con mayor amplitud la idea de la narrativa andina actual. Esta invocación por la visión heterogénea de lo andino resulta clave para construir o imaginar otra geografía del conocimiento narrativo, más abierta a los discursos no canónicos, más inclusiva de las poéticas regionales y más circunscrita a la unidad de la heterogeneidad.

4
Un capítulo olvidado en el imaginario debate sobre la literatura peruana corresponde a la formación discursiva y a las representaciones de las poéticas regionales. Discusión que, seguramente, tendría como punta de lanza las metáforas del binomio disidencia-recuperación. Expliquémoslo: dentro de un contexto donde la investigación literaria está centrada mayoritariamente en el análisis e interpretación de discursos canónicos, indagar por las poéticas regionales significa no vibrar al unísono de los estertores narrativos de moda; la actitud conduce más bien a disentir con algunos programas epistemológicos cuya vocación homogenizadora fantasea con una aparente unidad y estabilidad discursiva; se disiente para ensanchar las fronteras de la geografía literaria nacional y para desestabilizar el monopólico mercado de las representaciones narrativas y las monológicas reflexiones sobre la misma. El efecto de este disentimiento reconduce el trabajo crítico por el derrotero de la recuperación –arqueológica, archivística, mitológica, gramatológica– de aquellas manifestaciones discursivas ocultas por diversas capas textuales de olvido. Es una acción de fuerte contenido ético porque busca –en la medida de lo posible– hacer justicia crítica recuperando la memoria narrativa de valiosos autores injustamente dejados de lado.
            Si bien, este puede ser el señalamiento de la dirección que las investigaciones críticas de las tradiciones discursivas regionales deben considerar, existe también una exigencia para quienes tienen el desafío de la imaginación narrativa: dejar establecido su aporte en este polifónico y diseminado concierto barroco nacional. Para Terán las propuestas narrativas regionales tienen el imperativo de imponer su diferencia, su modo alternativo de comprender el curso de las cosas; quizá como la lección de resistencia que falta frente al entreguismo de ciertas prácticas escriturales de mercado; imponer una escritura que enriquezca la tradición literaria no ciñéndose a los mismos lugares comunes, sino transgrediendo absolutamente todo; no una textualidad analgésica para hacer dormir la conciencia histórica, sino una literatura protagónica que contenga la noche y el día, la tranquilidad y la locura, la paz y la beligerancia de la vida.
            Dentro del contexto de la crisis de las representaciones y el recusamiento de las bases ideológicas de la constitución del canon literario peruano, hay una crucial misión en las narrativas regionales. El libro de Jorge Terán Morveli, Literaturas regionales: Narrativa huaracina reciente calibra, precisamente, aquella relevancia; de esta manera inscribe uno de los primeros capítulos de la historia literaria regional del siglo XXI. 



Javier Julián Morales Mena
Barrio del Centenario, mes del Señor de la Soledad; frente al huerto de moras y orégano blanco, una acompasada garúa humedece las shaqapas y el látigo de los Shaqshas.


sábado, 25 de mayo de 2013

Fuego cruzado de Edgar Norabuena Figueroa




Fuego cruzado



Edgar Alberto Norabuena Figueroa

Huaraz, Pantera Negra & Librería Amauta, 2013



    Acaba de editarse este nuevo conjunto de cuentos del narrador huaracino Edgar Norabuena. Parte de una anunciada trilogía sobre la violencia política de los años 80, su lectura, por el proyecto estético-ideológico que porta, se hace imprescin-dible. Compartimos, así, con la comunidad de internautas literarios el comentario de la contraportada.



El tópico de la violencia de la guerra interna, tangencial en la narrativa anterior de Norabuena Figueroa, se constituye en Fuego cruzado –primera parte de una anunciada trilogía sobre dicha temática–en el eje central sobre el cual habrán de discurrir las historias de este conjunto de cuentos. Ambientada en la sierra de Ancash, en el pueblo de Uchpa, inmerso en la violencia que instalan las presencias de las Fuerzas Armadas y de Sendero Luminoso, los relatos inciden en la desestructuración del mundo andino, producto del accionar de ambos bandos. Desestructuración de la sociedad sí, pero no de la cosmovisión andina quechua que permanece y resiste, incluso, más allá de este mundo.

Tal como nos tiene acostumbrados, Norabuena Figueroa, a través de una narrativa pulcra que apela constantemente a técnicas narrativas modernas, pero, a la vez, a un sustrato poético quechua, nos sumerge en los recorridos aciagos de los protagonistas, que, cual sumatoria inexorable, metonimizan el destino trágico de todo un pueblo. Así, nosotros, lectores, asistimos, a través de la ficción literaria, al desencuentro consuetudinario entre el mundo andino tradicional y una modernidad occidental que solo comunica violencia, que sólo saber comunicar desgracia y muerte. Asistimos a esta otra historia –en el sentido literario-, que testimonia aquello que la historia –en sentido histórico- “oficial” soslaya, también, consuetudinariamente.

Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

miércoles, 24 de abril de 2013

Teoría de la literatura: restos

Morales Mena, Javier (comp.)
Lima, FLCH-UNMSM & Editorial San Marcos, 2012


   Estimados  ciber-lectores acaba de salir el último número de Letras. En ella aparece una nota a una reciente publicación sobre Teoría Literaria, compilación de Javier Morales Mena. Comparto las impresiones de esta primera lectura, leída también durante la presentación del libro, el año pasado en el auditorio de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.





 
No resulta excesivamente usual encontrar publicaciones sobre teoría literaria en nuestro medio, cuando menos no en la última década. Carácter inusual no implica, valga la aclaración, una falta de preocupación, sí, quizá, una mayor difusión de la reflexión teórica seria sobre la literatura. En tal sentido, podríamos rememorar algunos de los textos sobre teoría literaria editados en los últimos años, a partir del comienzo de este milenio: Problemas de Teoría Literaria (M. A. Huamán, 2001), Lecturas de Teoría Literaria I (M. A. Huamán, 2002), Convicciones metafóricas: Teorías de la literatura (E. Hopkins, 2002), Lecturas de Teoría Literaria II (M. A. Huamán, Mondoñedo, B. Huamán, 2003), Teoría Literaria: una propuesta didáctica (J. Pérez, 2010), La Trama Teórica: Escritos de teoría literaria y literatura comparada (J. Morales, 2010).

   En este contexto, la compilación de Javier Morales Mena Teoría de la literatura. Restos se suma a esta reflexión, en esta ocasión, casi específicamente, en torno a la crisis de la teoría de la literatura, incluida al interior de la crisis de las humanidades. Sin embargo, en contra de cualquier visión apocalíptica que decante el fin de la teoría literaria o apele a su vulgarización, el conjunto de los artículos de esta compilación apuestan por, justamente, proponer vías para superar esta crisis. No existe, ciertamente, un triunfalismo anticipado, y el camino se entiende dificultoso, escabroso, lleno de baches y zancadillas tanto desde el sistema mundo en el cual nos movemos, como desde el propio campo literario; el propio campo, para el caso, del quehacer teórico literario. En un estado de la cosa en la cual la sobreabundancia metodológica nos ofrece un abanico de terminologías que se agotan con la velocidad de las modas, banalizando la reflexión teórica literaria al punto de sumergirla dentro de miradas que se suponen macro, la necesidad de revisar críticamente la tradición, revisar críticamente las lecturas de los grandes maestros (Auerbach, Curtius, Spitzer, Segre, Bajtín, Derrida, De Man, por mencionar, algunos de los que ameritan sendos estudios en esta entrega; cabe resaltar, ciertamente, el rol fundamental que a la hermenéutica literaria se le otorga en un buen porcentaje de los trabajos que componen el libro) se torna la vía para recomponer una relación soslayada por el desarrollo teórico: la relación entre teoría y mundo, entre teoría y hombre, un retorno a la reflexión de la teoría literaria que nunca dejó de lado la preocupación por el hombre, que nunca abandonó la reflexión humanista. En ellos se encuentra, a pesar de la crisis, a pesar de las modas, los restos para componer los derroteros de una teoría literaria que sea, a la manera de lo propuesto por Asensi, sabotaje. En dicho sentido se comprende el título del libro, pues esta reflexión no aspira a la mera endogamia epistemológica, sino que apuesta por un efecto que, partiendo siempre de la literatura, la llene de mundo y, sobre todo, de un cuestionamiento a las ideologías, sea el nombre que se le quiera poner (colonialidad, falogocentrismo, feminismo, etc.), que sea un vehículo de liberación del ser humano. Como lo menciona el compilador: “Cada uno de los artículos aquí reunidos recuperan el sentido combativo de la teoría, su resistencia al reduccionismo plantillar, su crítica de la tropología que sucumbe a las exigencias de los mercados de la interpretación. Esta compilación es muestra de sentimiento teórico y contestación beligerante frente a este tiempo de la reproductividad técnica de la teoría” (16).

   Me detengo en cinco de los once artículos que, particularmente, y no sin cierto capricho, llamaron mi atención. No deja de ser esta lectura una labor ociosa, pues en la “Introducción” Morales Mena comenta la totalidad de los artículos y el lector, podrá, seguramente, detenerse en ellos con mayor paciencia.

Miguel Ángel Huamán en “El lugar de la crítica” incide en que, a pesar del contexto contemporáneo en el que nos hallamos, vivimos sumergidos en una orgía de relatividad, sin centros ni verdades a la vista. Una errada percepción y práctica de la crítica nos sumerge en “el rechazo a priori de cualquier intento de erigir un juicio, un sistema, una propuesta, una alternativa frente a los problemas del mundo, la sociedad, la vida misma” (53). Esta supuesta función puramente negativa del crítico canaliza, en realidad, una actitud autoritaria. Sin embargo, la crítica no ha de ser meramente negatividad, no ha de ser actitud acorde a dicho sistema. Se ha de recuperar la dimensión positiva del mismo, Se habrá de entender la crítica en lo que tiene de diálogo, en lo que dicha practica puede aportar. Así Huamán entiende que “en los estudios literarios es la crítica el espacio inherente al diálogo y el consenso […] la función primordial del crítico literario y cultural, en medio del predominio del espectáculo y el consumismo, es alentar una perspectiva positiva de la práctica de la crítica, en todo ámbito” (54). Propone, específicamente “afirmar una cultura de diálogo y de la solidaridad, que se puede recuperar o anticipar a través de la práctica estético-literaria y el compromiso responsable con nuestra praxis enunciativa” (54). Huamán hará un recorrido por los orígenes de la crítica, su concepción durante el romanticismo, así como en la modernidad, para recalar, finalmente, en un llamado al retorno a la tradición olvidada. Tal recorrido le permitirá proponer una tipología, abierta imaginamos, acerca de la conciencia crítica. De tal manera que podemos hallar cuatro sujetos que la practican: el clásico, el moderno, el revolucionario y el inauténtico.

          “Crítica Práctica / Práctica Crítica” de González Echevarría testimonia la labor, conflictiva por cierto, del mencionado crítico literario cubano a través de su posición de intelectual latinoamericano en, pero no desde, los Estados Unidos de América. Posición que, a decir, de González no deja de tener ventajas y desventajas. En las páginas del artículo, o quizá más exactamente ensayo, del autor, asistimos a los inicios de la reflexión sobre la literatura latinoamericana en el ámbito académico norteamericano. Se han de apreciar ciertamente un sinfín de hechos anecdóticos, pero que se entienden, justamente, en el ansia del autor de testimoniar su propia labor intelectual. Desde allí se habrá de elaborar una lectura crítica de lo que González Echevarría podría considerar pretensiones de la crítica: “La literatura no está desvinculada de la política, por supuesto, pero pensar que puede llegar a afectarla directa o hasta indirectamente es un engaño en el que algunos, los menos, caen de buena fe” (130). Sin embargo, tales límites parten desde lo que la literatura puede enseñarnos en su relación directa con nosotros como sus lectores y no en la dirección contraria que involucraría una relación desde la política hacia la literatura. Literalmente menciona: “La literatura y la crítica nos pueden enseñar a ser lectores perspicaces y hasta suspicaces y a no dejarnos burlar por la retórica del poder –del verdadero poder que vigila y castiga-. Los escritores, a no ser los que se convierten en burócratas o comisarios –que los hay- nunca tienen semejante poder” (130). El estructuralismo para el crítico cubano ha sido el responsable de terribles secuelas al interior del campo académico literario. Ante todo, la crítica literaria se ha visto sometida a lecturas foráneas, sobre todo, las provenientes de las ciencias sociales. Además, han surgido nuevas escuelas críticas a una velocidad exageradamente vertiginosa. Una lectura atenta del fenómeno debería conllevar a plantear salidas a esta supuesta aporía.

Referencia, aunque breve, merece también el trabajo de Manuel Asensi Pérez. En “Las polémicas de la Escritura y la Diferencia de Jacques Derrida (Las bases del pensamiento deconstructivo)” se plantea un objetivo doble: por un lado, presentar sucintamente las bases del pensamiento deconstructivo en sus mismos orígenes, y, por otro lado, realizar un repaso de las diversas polémicas a que dio lugar. Se ha  de señalar que Asensi es un autor al cual apelan constantemente muchos de los colaboradores de este libro, pues el desarrollo de la categoría “crítica como sabotaje” ha servido de punto de partida para ese rol combativo que se reclama al quehacer teórico y crítico de la literatura.


José María Pozuelo Yvancos en “Cesare Segre, los signos de la crítica, cuarenta años después” se detiene en el lapso comprendido desde la publicación de I segni e la critica. Fra strutturalismo e semiologia (1969) al momento presente, sobre la base de la labor intelectual del crítico italiano. Se habrá de apreciar, en el acercamiento de Pozuelo Yvancos, los contextos intelectuales imprescindibles para comprender el sentido del modelo teórico de Segre, así como las disyuntivas por las que ha pasado la teoría y la crítica literaria en dicho lapso. A través de los diversos aconteceres en dichos periodos (hermenéutica, semiótica, estructuralismo, etc.) Pozuelo Yvancos sostiene, entre otros puntos, la pertinencia de retomar los aportes de Segre. Sin embargo, dichos aportes no pasan necesariamente por “la cantidad e incluso la importancia real de sus libros publicados, sino con la vigencia del principio o posición de la que esos libros son un ejemplo y pueden proyectarse hacia el futuro como ejemplares en el sentido primigenio del término” (203). Lo importante de esta aproximación es la vigencia de una obra en su sentido dialógico, si ha dialogar a pesar del tiempo o junto a él. Textualmente menciona  el teórico y crítico español: “Podría denominarse este fenómeno reversibilidad o efecto feed back de un planteamiento teórico: su capacidad para ser leído muchos años más tarde precisamente con la ganancia de sentido y confirmación de su vigencia que el devenir posterior de los problemas ha hecho de los planteamientos programáticos iniciales” (205). Será Crítica bajo control el texto donde se habrá de plasmar con mayor ímpetu el programa teórico de Segre, el resto a ser confrontando, a ser dialogado. En él se advertirán dos constantes en su teoría literaria: en primer lugar, la concepción global del circuito comunicativo y, en segundo lugar, la importancia otorgada a la historia. Segre no olvida “el principio fundamental del acto crítico: dar vida al texto, convivir con ese texto, interpretarlo, para conocerlo, estudiarlo, para amarlo con más razón de amor” (214).

Finalmente, “Espectropoética” de Javier Morales Mena canaliza las discusiones planteadas a lo largo del libro e incide en el periodo de crisis en que se encuentra la crítica y la teoría literaria. Esta “retórica de la crisis” (Culler) amerita una postura que subvierta tal estado de la cosa. Este trabajo se denomina espectropoética. Esta es “un relato que convoca a los fantasmas, tropología de hospitalidad para los espectros, restos que subvierten el imperio de la «crisis»” (235). Este combate implica hacer un llamado al legado de los grandes maestros no sólo de la teoría literaria sino de la “teoría”. No descuidar la memoria teórica, rescatar la humanidad en esta aproximación, entender la literatura como un acontecimiento humano; enfrentarse a la miseria del historicismo y a la miseria del tecnicismo. En tal sentido, la espectropoética es un proyecto a ser emprendido, a ser continuado en los comienzos de esta segunda década del siglo XXI.

            Completan el libro los siguientes estudios: “Teoría literaria de la Romanistik y mitologías de la Weltliteratur” (Antonio de Murcia Conesa), “El final de la crítica” (Pedro Aullón de Haro), “La hermenéutica constructiva: una propuesta renovadora de teoría literaria” (Sultana Wahnón Bensusan), “Bajtín traducción inversa” (Tatiana Bubnova Gulaya), “Retórica y epistemología. La epistemología sin retórica” (Antonio Aguilar Giménez), y “Feminismo, poscolonialismo y crítica como sabotaje: la modelización de los sujetos y el punto de vista del subalterno” (Beatriz Ferrús Antón). Todos ellos de imprescindible lectura para seguir el debate contemporáneo acerca de los límites y posibilidades de los estudios de teoría literaria

      

            Queda resaltar una de las virtudes de este libro compilatorio. El espíritu abierto al diálogo que los trabajos trasuntan. La necesidad del debate y del consenso. Actitud a ser seguida por todos aquellos que transitan alguno de los derroteros de la literatura. No resta más que saludar la aparición de este libro; felicitar a Javier Morales Mena esta su voluntad de encontrarse, de encontrarnos, en el argumento apasionado y comprometido.

Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos