Estimados lectores, comparto un ensayo aparecido hace unos meses en un par de revistas altamente recomendables. Va la referencia: "Literatura y mercado: discutir el plan lector". En: 1) UNASAM. Revista del Vicerrectorado Académico de la Universidad Nacional Santiago Antúnez de Mayolo, Año I, N° 1, setiembre de 2014, pp. 259-265; y 2) Fabulador. Revista de Literatura Infantil y Juvenil. Año III, N° 3, diciembre de 2014, pp. 2-5. .Espero, como siempre, la oportunidad de discutir lo publicado.
Literatura
y mercado:
Discutir el
plan lector
RESUMEN
El libro,
en nuestra contemporaneidad, se ha convertido, de manera similar a otras formas
de cultura, en un producto de las llamadas industrias culturales, donde prima
la variable económica en lugar de la cultural. En tal sentido, discutir la
relación literatura y mercado resulta una agenda urgente. La discusión de plan
lector será, así, el punto de partida para nuestra problematización, pues él se
convierte en un campo en el cual este vínculo perverso ha echado raíces con
mayor evidencia. En el presente trabajo, ofrecemos un conjunto de reflexiones
que apuntan a la discusión de este tema.
Palabras claves: Literatura
peruana – mercado literario – plan lector
0. Apertura
Hará un par meses, charlando con un amigo, joven
escritor, acerca de la campaña mediática, tan inusual en nuestra literatura, en
torno a Contarlo todo, novela de
Jeremías Gamboa, percibí, con excesiva explicitud, cómo está funcionando la
relación entre literatura y mercado actualmente. El tema inicial de nuestra
conversa giró en torno a la falta de comentarios críticos honestos al poco de
distribuirse el dichoso libro. Nuestro punto de partida fueron las redes
sociales. La primera semana muy pocos –casi nadie en realidad- se atrevía a
decir lo que, de pronto, cualquier lector con un mínimo de sentido común
percibía: el libro, para la campaña detrás de él, resultaba decepcionante.
Tuvieron que aparecer los comentarios de Oswaldo Reynoso en torno al mismo (“No
me gustó, ni siquiera la terminé. Dejé de intentar leerla al primer capítulo.
La verdad, es que yo tengo 83 años y no tengo tiempo para leer
cualquier cosa”) para que otros lectores honestos se animaran. “Nadie
quiere pelearse con Varguitas” mencionaba mi amigo. (Valga recordar que Vargas
Llosa apadrina a este escritor, incluso comenta en la contratapa del libro: “Un
escritor perfectamente dueño de sus medios expresivos, que sabe concentrarse en
lo esencial, que es siempre contar una historia bien contada”). La consigna
parecía ser el quedar bien con quienes tienen acceso al mercado. “Jorge, la
literatura peruana [se refería a los escritores] se divide entre quienes
aparecen en la foto y quienes no aparecen”, sentenció mi amigo. Y, bueno,
parece que muchos quieren.
Una cuestión quedó clara después de esta conversación: la
tendencia señala que el impacto de un libro de literatura se debe, cada vez
más, al respaldo del trabajo editorial -lo cual incluye, por supuesto,
comentarios de escritores, espacios en los medios (escritos, audio-visuales y
virtuales)- y no necesariamente a los méritos estéticos / éticos del producto
cultural literario. Asunto que reclama una discusión necesaria e inmediata.
Con
certeza, esta situación no es necesariamente privativa de nuestra
contemporaneidad, pero en el estado actual de la cosa resulta mucho más
problemática. Pienso, específicamente, en la relación entre literatura y
mercado, donde el libro, la literatura para el caso, se ha convertido, a la
manera de otras formas de cultura, en un producto de las industrias culturales,
donde lo que prima no es la variable cultural sino la económica. Sobre este
punto pretendo esbozar algunas primeras impresiones, relacionadas, en segunda
instancia, con el plan lector, ítem cardinal donde este vínculo perverso se ha
arraigado con mayor claridad. Reflexiones y apuntes iniciales a ser compartidos
con los lectores y, por supuesto, sometidos a debate.
1. ¿Es negativa la relación entre literatura y
mercado?
Pienso que no. La libertad creativa de la literatura, la
ruptura de la censura, se yergue sobre la base de la autonomía del mercado
literario. Este fenómeno no es reciente. Auerbach lo fecha, en su versión
moderna, aproximadamente, en el prerrenacimiento italiano. Este sería el inicio
de la reconstrucción de un mercado literario (la construcción del mismo se
remite a la República
romana) donde las propias dinámicas del mercado permitirían, positivamente,
tratar una diversidad de temas, no sometidos a coerción. El camino de esta
liberación fue progresivo. Bajo esta premisa, en nuestro contexto contemporáneo,
cuando menos en el peruano, se puede afirmar que el mercado literario marcha
viento en popa.
Entonces,
¿dónde está el problema? En realidad la existencia de un mercado literario no
resulta el problema, sino la aplicación de una lógica de mercado en la
literatura. Hagamos la diferenciación. Si pienso el mercado literario, pienso
en un circuito de escritores, editores, distribuidores y lectores (por colocar
los agentes más evidentes) que participan activamente en la producción,
circulación y consumo de libros. En tal sentido, el mercado literario tiende a
la autonomía, lo que conlleva a regirse, en principio, por el componente
estético, lo que, ciertamente, no involucra que un texto no pueda tener otros
componentes de orden ético, igualmente válidos y complementarios. Por otro
lado, la lógica del mercado implica satisfacer, ciertamente, una necesidad,
pero esa satisfacción obedece al deseo capitalista de obtener una ganancia
económica. En tal sentido, el concepto de industria cultural, mencionado
anteriormente, redondea la idea: la circulación, para el caso, obedece a las
variables económicas del mayor beneficio. La literatura es un producto cultural
y, como tal, la industria cultural puede comercializarlo, sin que prime, necesariamente,
el componente artístico, el componente estético. Es un producto y hay que
venderlo.
En otras
palabras, el vínculo entre literatura y mercado resulta pernicioso cuando los
criterios de la lógica del mercado se adentran y comienzan a hacerse uno con el
mercado literario. Más exactamente con el sector más visible de este. (Cierto, nuestro
mercado literario es también heterogéneo y circuitos alternativos permiten la
circulación de textos de calidad, al igual que algunos de estos se insertan en
la industria cultural del libro). El problema surge cuando la necesidad a ser
satisfecha implica ofrecer productos que no están a la altura de lo anunciado. El
libro se ofrece con estrategias de venta a través de diversos medios:
reportajes televisivos / periodísticos, gigantografías, publicidad en la web
(páginas web, revistas electrónicas, blogs, facebook, etc.), entre otros.
Entonces si lo que se anuncia no se corresponde con lo que uno encuentra en el
producto, pregunto, ¿esto no resulta una práctica bien conocida?: publicidad
engañosa. Y, si no me equivoco, esta práctica es objeto de denuncia y de
penalidad.
El
problema se agrava cuando ampliamos el impacto del libro-mercancía, más allá de
la inmediatez de la lectura y de la, en teoría, libre elección del lector;
cuando esta lógica instala sus fueros en campos más delicados. ¿Qué sucede,
cuando esos mismos criterios mercantiles comienzan a involucrarse en la
construcción del canon? Digamos cuando textos que, de pronto, no tienen
relevantes méritos comienzan a ingresar en las lecturas planteadas, por
ejemplo, en el plan lector.
2. Canon y lógica del mercado
Si pensamos en autores contemporáneos que, por a o por b,
conocemos merced a los comentarios aparecidos en diversos medios: revistas
literarias, periódicos, revistas mediáticas y, sobre todo, a través del
internet y las redes sociales, resulta que tenemos un abanico de ofertas acerca
de lo que podemos leer. Bueno, es un mercado, muchas veces se trata de ofrecer
el libro para su lectura. Y uno de los públicos específicos deseados por estos
autores es el público escolar. (No solo, ciertamente, solo por una cuestión
económica. No pretendemos generalizar, pues también, por supuesto, existen los
autores que desean hacer llegar su voz y su propuesta estética y ética a estos
públicos en formación a través de su literatura). Este mercado es el de la
educación básica regular; dígase, específicamente, primaria y secundaria e,
incluso, a inicial. (Un segundo público, digamos, es el que se entiende como un
público iniciado, que continúa la práctica de la lectura tras la formación
escolar; público cuyo contacto es más personalizado, pues obedece ya una
elección que se asume voluntaria). Pensemos, específicamente en el plan lector
y partamos, para ellos, de dos preguntas.
1) ¿Cuáles
son los criterios para establecer el conjunto de textos a leer? Los listados
que se ofrecen al estudiante como parte del plan lector son, ciertamente,
variados. Varían en cada institución educativa, en incluso de aula en aula.
Pueden incluir tanto clásicos universales y nacionales como textos
contemporáneos. Más allá del intento del estado peruano (allá por el 2005) de
promover la lectura en las escuelas, este campo ya había sido abonado por las
industrias editoriales transnacionales asentadas en el Perú y algunas
nacionales. El problema resulta, sino en el enfoque, en la implementación del
plan, pues la aplicación de este ha considerado la lectura como una actividad
casi exclusivamente práctica, sin enfocarse, necesariamente, en el ejercicio
crítico que la lectura involucra. Para ello, gran parte de los docentes se han
concentrado en seleccionar libros, que las editoriales les ofrecen por
supuesto, cuyos ejes temáticos resultan atractivos para el niño y el
adolescente: textos terroríficos o fantásticos, amén de los libros de
autoayuda. Es cierto que los dos primeros pueden considerarse como
cuestionadores de la realidad, pero la forma de involucrarse con ello en el
aula suele centrarse en aspectos superficiales, siguiendo el camino del mero
entretenimiento.
2)
¿Quiénes están elaborando esta selección? Del ítem anterior podemos pensar que
los docentes. Sin embargo, queda claro que la selección específica para el aula
parte de aquello que ofrecen las editoriales y cuyo criterio es, ya se mencionó,
la lógica del mercado, pensada más como satisfacción del consumidor que como
despertar de la conciencia crítica. Existe entonces, pensemos para el caso
peruano, una serie de autores que desean ingresar al aula, desean ser leídos en
el aula, pues, es un mercado emergente. Entonces, las editoriales deben volver
apetecibles esos autores y textos, en principio para los docentes y, en
seguida, para los alumnos. Para ello hay que ofrecer un catálogo efectivo para
la cartera de clientes. Temas sencillos de digerir que no involucren el
esfuerzo agotador del pensamiento crítico. Catálogo que, bajo esta lógica, va
camino a convertirse en un canon para el público escolar.
El
problema atañe, vemos, a una rama muy poco valorada dentro de la academia
literaria peruana: la literatura infantil y juvenil; importantísima para la
formación tanto literaria como existencial del ciudadano. En este campo es
mucho más evidente que no es ya la institución académica la que elabora este
canon. Si pensamos que sí seguimos en nuestra torre de marfil. El impacto de
las letras, a partir de la llamada crisis de las humanidades desbaratada esta
posible respuesta afirmativa. Cierto, puede ser que todavía tengamos algún
impacto, pero al ritmo que vamos parece que la lógica del mercado puede
terminar imponiendo sus criterios, arriba mencionados, a la elaboración no solo
del canon literario infantil y juvenil, sino a la literatura, digamos, de
iniciados. Si entendemos, claro, canon, en su acepción más simplista: conjunto
de textos literarios de carácter memorable, merced a sus cualidades estéticas.
Pero visto, así, el canon resulta universal, ahistórico. El canon es una
categoría bastante histórica, pues resulta de comprender la literatura como un
campo intelectual, un campo literario, donde diversos sectores, diversos en
cuanto a clase, cultura, estatus, género y edad, por mencionar las variables
más conocidas, luchan por imponer su visión del mundo a través de la misma
literatura. El canon es entonces un campo de lucha, no es solamente una
cuestión estética. En tal sentido, se lucha por incluir o excluir, ampliar o
reducir ese listado de textos. Esa lucha, obviamente, no solo involucra los
mismos textos, sino los intereses estéticos, sociales, culturales, políticos y -por
lo visto económicos- que enarbolan los involucrados.
Volvamos a
la pregunta, aunque sea retórica, entonces, ¿quiénes están, en este momento,
imponiendo su percepción de lo que es la literatura infantil y juvenil?
Respuesta: los involucrados en la industria cultural literaria que tienen
interiorizada una lógica de mercado. Y el producto de esta actividad resulta en
una selección que no obedece necesariamente a criterios estéticos sino al
impacto, la visibilidad que algunos autores y textos han obtenido merced a todo
un aparato editorial, publicitario, mediático. Verbigracia, ya que pensamos en
literatura peruana, consideremos el caso de la literatura de la violencia
política leída en el aula.
3. Literatura de la violencia política en el aula
¿Por qué el boom de la literatura de la violencia?
Respuesta uno, los mismos fenómenos sociales traumáticos hallan su expresión en
los discursos elaborados por la cultura; entre ellos, la literatura. En tal
sentido, la literatura canaliza creativamente, ficcionalmente aquello que la memoria,
de pronto, no puede, en un primer momento, abordar por otros canales y emprende,
más tarde, también por otras vías. Respuesta dos, ciertamente, la literatura, o
cierto sector de ella, puede prestarse a un uso comercial del mismo. Es decir,
la escritura sobre la violencia puede ser además de una práctica estética un
acto ético, una búsqueda, una forma de comprender nuestro entorno; o, puede
ser, una aventura comercial, donde lo estético si es que existe, no se entiende
aunado a lo ético; digámoslo, hay temas que venden, por ejemplo la violencia de
la guerra interna de fines del siglo pasado, y, para algunos escritores,
escribir sobre ella es apostar sobre seguro. Tenemos, entonces, dos actitudes
con respecto a un mismo referente.
Estas dos
actitudes pueden apreciarse en dos novelas que se han convertido en lecturas
casi obligatorias en las aulas de los últimos años de la educación secundaria. 1)
Rosa Cuchillo de Óscar Colchado es
producto de esa fructífera percepción de la literatura como acto estético y
ético, de memoria; búsqueda intensa por comprender el fenómeno desde una
perspectiva literaria. 2) Abril Rojo
de Santiago Roncagliolo resulta una búsqueda individual donde la violencia
política es mero elemento decorativo o en el mejor de los casos elemento
tangencial. Esta segunda actitud es la que resulta particularmente problemática
para el tema que tratamos. Novela, entretenida, ligera, con falencias en la
lógica de las acciones, con personajes chatos y cuyo autor es promocionado como
uno de los más relevantes de nuestra literatura contemporánea. Producto de la
lógica del mercado. Ambientado en el Ayacucho de la posguerra, este libro ha
llegado a etapas formativas, ha ingresado ya al canon literario juvenil.
Este
segundo enfoque no deja de ser discutible. El tema de la violencia política en
la literatura peruana se vincula al ejercicio de la memoria, y resulta de
fundamental prioridad en una sociedad que quiere mirar al futuro sin olvidar el
pasado, aprendiendo de él. Aprendizaje que el alumno, siempre desde una postura
crítica, debería afrontar con la compañía del docente. ¿Qué habrán de leer
nuestros hijos y hermanos? ¿Cómo habrán de acercarse, a través de la
literatura, a un periodo tan traumático, como fue el de la guerra interna? ¿Recorriendo
los mundos de un Ayacucho donde habitan seres planos y caricaturescos o a
través de un mundo poblado de seres humanos?
4. Reflexiones de salida.
A veces
pensamos, cuando como lectores, los críticos, nos enfrentamos a libros que
consideramos con poco o nulo mérito literario, que el tiempo se encargará de
ellos. “No sobrevivirán al tiempo”, se suele decir. Es, realmente, una visión
bastante egoísta de lo que resulta la función de la crítica en nuestros tiempos
contemporáneos. Esos libros que de pronto nos parecen insípidos suelen portan
ideologías que resultan dominantes, hegemónicas, y son más difundidos, más
leídos que aquellos libros que resultan, si queremos, contrahegemónicos.
Aquellos son los más difundidos, los niños, los jóvenes, el público en general,
los lee. Sus esquemas mentales, además de por otros medios, se interiorizan. Si
entendemos la crítica en su relación con la sociedad, no como censora, sino
como parte de un campo de lucha, como una actitud y práctica crítica que debe
cuestionar las ideologías imperantes, entonces hay que dar la batalla ahora. No
negando ciertamente el que estos textos puedan ser leídos, sino explicitando
que hay detrás de ellos, qué ideologías y qué lógicas las animan. Este es un
compromiso a asumir.
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Jorge Terán Morveli
Universidad
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