Al filo de la muralla de David Elí Salazar
David Elí Salazar nos ofrece en Al
filo de la muralla (Lima, San Marcos, 2021) un conjunto de nueve cuentos en
los que continúa el derrotero abierto en su primera entrega (Destinos
inciertos, 1998), desplegando, además, su ya reconocido oficio narrativo. De
tal manera que, sin dejar de lado las particularidades de Al filo de la
muralla, podemos comprender ambos libros como un díptico en el que se
construye un mundo cuyo referente explícito es, en principio, la ciudad de
Cerro de Pasco. En este mundo, la vida cotidiana se construye alrededor de la actividad
de la minera y a la sombra del tajo abierto que carcome la ciudad y la
naturaleza sobre la que se asienta, resultando elemento elemento central que
incide en los desarrollos, en las crisis personales de los protagonistas: el
tajo abierto lo define todo, las relaciones interpersonales, las laborales, las familiares,
las amatorias; la vida, pero, también, la muerte; la material y la simbólica,
la que va arrebatando lenta o presurosamente.
No obstante, en Al filo de la
muralla, no todos los personajes se entregan dócilmente al ritmo que marca
la mina, sino que resisten. Así, se aprecia en “Resistencia en la calle Lima”,
Serafín Prado, a través de la persistente decisión de no vender su casa —que es la memoria y el refugio o, si deseamos, el
refugio de la memoria— ante la
arremetida del tajo. O, como los mineros, comandados por su dirigente Tomás
Miranda, quienes forzarán una huelga ante la compañía en “Inundación de la mina
en el nivel 21”. Y —en un plano cuya
lectura a este nivel puede rozar lo metafórico— en el
cuento que otorga el título al libro, en donde Mavila se resiste a entregarse a
la muerte sin dar lucha. Una lucha que involucra vivir antes sus días como si cada
uno fuera el último. Sin embargo, en mayor o menor grado, estas historias son
un poco la crónica de una lucha perdida o de una victoria incompleta, pero,
cual personajes trágicos, enfrentarse a esta lucha, aún a pesar de tener todo
en contra, resulta una actitud marcada por la dignidad. Existe dignidad en
ello, la dignidad que el ser humano mantiene y que el tajo y la mina no puede
arrebatarle, aunque le arrebate el presente o el futuro. (Esta debe ser la
diferencia más marcada a nivel de las historias con respecto a Destinos
inciertos en el que, salvo contados relatos, observamos una actitud de
confrontación abierta y prima más la posición de aquel que ha sido vencido, a
través del ardid, del engaño).
Abren esta lectura inicial otras entradas que revelan, a partir del mundo señalado, las búsquedas de Salazar Espinoza. “Los ´cadis´” es, también, un relato medular, en el que los sueños aspiracionales de los niños, canalizados a través del oficio de “cadis” que prestan al grupo de funcionarios extranjeros de la mina, ofrece una mejora de ingresos, una oportunidad de sentirse cercanos a un entorno cosmopolita que no es, en realidad, más que eso: una aspiración sin vías. A ello se añaden, algunos relatos de tono humorístico -o quizá más exactamente irónico- en los relatos “El ´casa verde´”, “Nunca mires la braga de tu mujer” o “El viejito ´cau-cau´”, en los que, no obstante, el mundo de los obreros de las minas se manifiesta también a través del tono señalado. Sumamos el relato-homenaje al maestro Lucho —Luis Pajuelo Frías según la fotografía que acompaña como paratexto al relato— y “Cirila”, un cuento ambientado en la pasada pandemia y que relata una historia de afecto, de amor, que deja abierta la posibilidad de los finales esperanzadores.
Un buen conjunto de cuentos el que nos presenta David Elí Salazar, cuya lectura es, a todas luces, imprescindible para seguir los derroteros de nuestras narrativas peruanas.
Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos