Teoría de la literatura: restos
Morales Mena, Javier (comp.)
Lima, FLCH-UNMSM & Editorial San Marcos, 2012
Estimados ciber-lectores acaba de salir el último número de Letras. En ella aparece una nota a una reciente publicación sobre Teoría Literaria, compilación de Javier Morales Mena. Comparto las impresiones de esta primera lectura, leída también durante la presentación del libro, el año pasado en el auditorio de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
No resulta excesivamente
usual encontrar publicaciones sobre teoría literaria en nuestro medio, cuando
menos no en la última década. Carácter inusual no implica, valga la aclaración,
una falta de preocupación, sí, quizá, una mayor difusión de la reflexión
teórica seria sobre la literatura. En tal sentido, podríamos rememorar algunos
de los textos sobre teoría literaria editados en los últimos años, a partir del
comienzo de este milenio: Problemas de
Teoría Literaria (M. A. Huamán, 2001), Lecturas
de Teoría Literaria I (M. A. Huamán, 2002), Convicciones metafóricas: Teorías de la literatura (E. Hopkins,
2002), Lecturas de Teoría Literaria II
(M. A. Huamán, Mondoñedo, B. Huamán, 2003), Teoría
Literaria: una propuesta didáctica (J. Pérez, 2010), La Trama Teórica: Escritos de teoría literaria y literatura
comparada (J. Morales, 2010).
En
este contexto, la compilación de Javier Morales Mena Teoría de la literatura. Restos se suma a esta reflexión, en esta
ocasión, casi específicamente, en torno a la crisis de la teoría de la
literatura, incluida al interior de la crisis de las humanidades. Sin embargo,
en contra de cualquier visión apocalíptica que decante el fin de la teoría
literaria o apele a su vulgarización, el conjunto de los artículos de esta
compilación apuestan por, justamente, proponer vías para superar esta crisis.
No existe, ciertamente, un triunfalismo anticipado, y el camino se entiende
dificultoso, escabroso, lleno de baches y zancadillas tanto desde el sistema
mundo en el cual nos movemos, como desde el propio campo literario; el propio
campo, para el caso, del quehacer teórico literario. En un estado de la cosa en
la cual la sobreabundancia metodológica nos ofrece un abanico de terminologías
que se agotan con la velocidad de las modas, banalizando la reflexión teórica
literaria al punto de sumergirla dentro de miradas que se suponen macro, la
necesidad de revisar críticamente la tradición, revisar críticamente las
lecturas de los grandes maestros (Auerbach, Curtius, Spitzer, Segre, Bajtín,
Derrida, De Man, por mencionar, algunos de los que ameritan sendos estudios en
esta entrega; cabe resaltar, ciertamente, el rol fundamental que a la
hermenéutica literaria se le otorga en un buen porcentaje de los trabajos que
componen el libro) se torna la vía para recomponer una relación soslayada por
el desarrollo teórico: la relación entre teoría y mundo, entre teoría y hombre,
un retorno a la reflexión de la teoría literaria que nunca dejó de lado la
preocupación por el hombre, que nunca abandonó la reflexión humanista. En ellos
se encuentra, a pesar de la crisis, a pesar de las modas, los restos para
componer los derroteros de una teoría literaria que sea, a la manera de lo propuesto
por Asensi, sabotaje. En dicho sentido se comprende el título del libro, pues
esta reflexión no aspira a la mera endogamia epistemológica, sino que apuesta
por un efecto que, partiendo siempre de la literatura, la llene de mundo y,
sobre todo, de un cuestionamiento a las ideologías, sea el nombre que se le
quiera poner (colonialidad, falogocentrismo, feminismo, etc.), que sea un
vehículo de liberación del ser humano. Como lo menciona el compilador: “Cada
uno de los artículos aquí reunidos recuperan el sentido combativo de la teoría,
su resistencia al reduccionismo plantillar, su crítica de la tropología que
sucumbe a las exigencias de los mercados de la interpretación. Esta compilación
es muestra de sentimiento teórico y contestación beligerante frente a este
tiempo de la reproductividad técnica de la teoría” (16).
Me
detengo en cinco de los once artículos que, particularmente, y no sin cierto
capricho, llamaron mi atención. No deja de ser esta lectura una labor ociosa,
pues en la “Introducción” Morales Mena comenta la totalidad de los artículos y
el lector, podrá, seguramente, detenerse en ellos con mayor paciencia.
Miguel Ángel Huamán en
“El lugar de la crítica” incide en que, a pesar del contexto contemporáneo en
el que nos hallamos, vivimos sumergidos en una orgía de relatividad, sin
centros ni verdades a la vista. Una errada percepción y práctica de la crítica
nos sumerge en “el rechazo a priori de cualquier intento de erigir un juicio,
un sistema, una propuesta, una alternativa frente a los problemas del mundo, la
sociedad, la vida misma” (53). Esta supuesta función puramente negativa del
crítico canaliza, en realidad, una actitud autoritaria. Sin embargo, la crítica
no ha de ser meramente negatividad, no ha de ser actitud acorde a dicho
sistema. Se ha de recuperar la dimensión positiva del mismo, Se habrá de
entender la crítica en lo que tiene de diálogo, en lo que dicha practica puede
aportar. Así Huamán entiende que “en los estudios literarios es la crítica el
espacio inherente al diálogo y el consenso […] la función primordial del
crítico literario y cultural, en medio del predominio del espectáculo y el
consumismo, es alentar una perspectiva positiva de la práctica de la crítica,
en todo ámbito” (54). Propone, específicamente “afirmar una cultura de diálogo
y de la solidaridad, que se puede recuperar o anticipar a través de la práctica
estético-literaria y el compromiso responsable con nuestra praxis enunciativa”
(54). Huamán hará un recorrido por los orígenes de la crítica, su concepción
durante el romanticismo, así como en la modernidad, para recalar, finalmente,
en un llamado al retorno a la tradición olvidada. Tal recorrido le permitirá
proponer una tipología, abierta imaginamos, acerca de la conciencia crítica. De
tal manera que podemos hallar cuatro sujetos que la practican: el clásico, el
moderno, el revolucionario y el inauténtico.
“Crítica
Práctica / Práctica Crítica” de González Echevarría testimonia la labor,
conflictiva por cierto, del mencionado crítico literario cubano a través de su
posición de intelectual latinoamericano en, pero no desde, los Estados Unidos
de América. Posición que, a decir, de González no deja de tener ventajas y
desventajas. En las páginas del artículo, o quizá más exactamente ensayo, del
autor, asistimos a los inicios de la reflexión sobre la literatura
latinoamericana en el ámbito académico norteamericano. Se han de apreciar
ciertamente un sinfín de hechos anecdóticos, pero que se entienden, justamente,
en el ansia del autor de testimoniar su propia labor intelectual. Desde allí se
habrá de elaborar una lectura crítica de lo que González Echevarría podría
considerar pretensiones de la crítica: “La literatura no está desvinculada de
la política, por supuesto, pero pensar que puede llegar a afectarla directa o
hasta indirectamente es un engaño en el que algunos, los menos, caen de buena
fe” (130). Sin embargo, tales límites parten desde lo que la literatura puede
enseñarnos en su relación directa con nosotros como sus lectores y no en la
dirección contraria que involucraría una relación desde la política hacia la
literatura. Literalmente menciona: “La literatura y la crítica nos pueden
enseñar a ser lectores perspicaces y hasta suspicaces y a no dejarnos burlar
por la retórica del poder –del verdadero poder que vigila y castiga-. Los
escritores, a no ser los que se convierten en burócratas o comisarios –que los
hay- nunca tienen semejante poder” (130). El estructuralismo para el crítico
cubano ha sido el responsable de terribles secuelas al interior del campo
académico literario. Ante todo, la crítica literaria se ha visto sometida a
lecturas foráneas, sobre todo, las provenientes de las ciencias sociales.
Además, han surgido nuevas escuelas críticas a una velocidad exageradamente
vertiginosa. Una lectura atenta del fenómeno debería conllevar a plantear
salidas a esta supuesta aporía.
Referencia, aunque
breve, merece también el trabajo de Manuel Asensi Pérez. En “Las polémicas de la Escritura y la Diferencia de Jacques
Derrida (Las bases del pensamiento deconstructivo)” se plantea un objetivo
doble: por un lado, presentar sucintamente las bases del pensamiento deconstructivo
en sus mismos orígenes, y, por otro lado, realizar un repaso de las diversas
polémicas a que dio lugar. Se ha de
señalar que Asensi es un autor al cual apelan constantemente muchos de los
colaboradores de este libro, pues el desarrollo de la categoría “crítica como
sabotaje” ha servido de punto de partida para ese rol combativo que se reclama
al quehacer teórico y crítico de la literatura.
José María Pozuelo
Yvancos en “Cesare Segre, los signos de la crítica, cuarenta años después” se
detiene en el lapso comprendido desde la publicación de I segni e la critica. Fra strutturalismo e semiologia (1969) al
momento presente, sobre la base de la labor intelectual del crítico italiano.
Se habrá de apreciar, en el acercamiento de Pozuelo Yvancos, los contextos
intelectuales imprescindibles para comprender el sentido del modelo teórico de
Segre, así como las disyuntivas por las que ha pasado la teoría y la crítica
literaria en dicho lapso. A través de los diversos aconteceres en dichos
periodos (hermenéutica, semiótica, estructuralismo, etc.) Pozuelo Yvancos sostiene,
entre otros puntos, la pertinencia de retomar los aportes de Segre. Sin
embargo, dichos aportes no pasan necesariamente por “la cantidad e incluso la
importancia real de sus libros publicados, sino con la vigencia del principio o
posición de la que esos libros son un ejemplo y pueden proyectarse hacia el
futuro como ejemplares en el sentido
primigenio del término” (203). Lo importante de esta aproximación es la
vigencia de una obra en su sentido dialógico, si ha dialogar a pesar del tiempo
o junto a él. Textualmente menciona el
teórico y crítico español: “Podría denominarse este fenómeno reversibilidad o
efecto feed back de un planteamiento
teórico: su capacidad para ser leído muchos años más tarde precisamente con la
ganancia de sentido y confirmación de su vigencia que el devenir posterior de
los problemas ha hecho de los planteamientos programáticos iniciales” (205).
Será Crítica bajo control el texto
donde se habrá de plasmar con mayor ímpetu el programa teórico de Segre, el
resto a ser confrontando, a ser dialogado. En él se advertirán dos constantes
en su teoría literaria: en primer lugar, la concepción global del circuito
comunicativo y, en segundo lugar, la importancia otorgada a la historia. Segre
no olvida “el principio fundamental del acto crítico: dar vida al texto,
convivir con ese texto, interpretarlo, para conocerlo, estudiarlo, para amarlo
con más razón de amor” (214).
Finalmente,
“Espectropoética” de Javier Morales Mena canaliza las discusiones planteadas a
lo largo del libro e incide en el periodo de crisis en que se encuentra la
crítica y la teoría literaria. Esta “retórica de la crisis” (Culler) amerita
una postura que subvierta tal estado de la cosa. Este trabajo se denomina
espectropoética. Esta es “un relato que convoca a los fantasmas, tropología de
hospitalidad para los espectros, restos que subvierten el imperio de la
«crisis»” (235). Este combate implica hacer un llamado al legado de los grandes
maestros no sólo de la teoría literaria sino de la “teoría”. No descuidar la
memoria teórica, rescatar la humanidad en esta aproximación, entender la
literatura como un acontecimiento humano; enfrentarse a la miseria del
historicismo y a la miseria del tecnicismo. En tal sentido, la espectropoética
es un proyecto a ser emprendido, a ser continuado en los comienzos de esta
segunda década del siglo XXI.
Completan
el libro los siguientes estudios: “Teoría literaria de la Romanistik y mitologías
de la Weltliteratur”
(Antonio de Murcia Conesa), “El final de la crítica” (Pedro Aullón de Haro), “La
hermenéutica constructiva: una propuesta renovadora de teoría literaria”
(Sultana Wahnón Bensusan), “Bajtín traducción inversa” (Tatiana Bubnova
Gulaya), “Retórica y epistemología. La epistemología sin retórica” (Antonio
Aguilar Giménez), y “Feminismo, poscolonialismo y crítica como sabotaje: la
modelización de los sujetos y el punto de vista del subalterno” (Beatriz Ferrús
Antón). Todos ellos de imprescindible lectura para seguir el debate
contemporáneo acerca de los límites y posibilidades de los estudios de teoría
literaria
Queda
resaltar una de las virtudes de este libro compilatorio. El espíritu abierto al
diálogo que los trabajos trasuntan. La necesidad del debate y del consenso.
Actitud a ser seguida por todos aquellos que transitan alguno de los derroteros
de la literatura. No resta más que saludar la aparición de este libro;
felicitar a Javier Morales Mena esta su voluntad de encontrarse, de
encontrarnos, en el argumento apasionado y comprometido.
Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
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