jueves, 24 de octubre de 2013

El hombre no camina solo: Animales en el cuento ancashino. Selección a cargo de Eber Zorrilla Lizardo



El hombre no camina solo:
Animales en el cuento ancashino 

Selección a cargo de Eber Zorrilla Lizardo


Comparto, estimados ciber-lectores, algunos párrafos escritos a manera de prólogo para esta reciente publicación del poeta y narrador ancashino Eber Zorrilla Lizardo, quien promete, pronto, nueva publicación ficcional.




El Diccionario de la RAE ofrece la siguiente definición del término Antología: “Colección de piezas escogidas de literatura”. Así, el campo semántico de esta palabra involucra, en primera instancia, dos acciones: seleccionar y reunir, para su circulación pública se entiende. En segunda instancia, podemos pensar en una consecuencia directa de estos actos: la responsabilidad ante lo escogido y ofrecido. Eber Zorrilla, poeta y narrador, en El hombre no camina solo: animales en el cuento ancashino ha asumido esta responsabilidad: ofrecer al público lector una selección de cuentos sobre un tema específico (animales) procedente de una zona delimitada (Ancash) Abordemos, brevemente, cada uno de estos ítems.

La presencia de animales resulta un tópico claramente discernible a través de la literatura universal. En el campo de la literatura oral, mitos y leyendas, a lo largo del orbe, en un sinnúmero de culturas, han apelado a la presencia animal para ofrecer explicaciones acerca del mundo. Esta ha acompañado o ha sido ella misma protagonista de las aventuras de héroes culturales, por mencionar un ejemplo. De claro matiz endoculturador estas narraciones han sobrevivido a la modernidad. En el campo de la literatura escrita, también los animales han poblado las narraciones en distintas naciones y épocas. Pensemos en las fábulas de Esopo, allá por el siglo VII a.C. o en las de Perrault en el XVII d.C. Ya en otros géneros, quizá, mucho más modernos y familiares para los lectores contemporáneos, recordamos, también, algunos célebres animales: Colmillo blanco, el perro lobo salvaje, creación de Jack London; Moby Dick, majestuosa ballena blanca enfrentada a la ira del capitán Ahab, creatura de la pluma de Herman Melville; o el cuervo del poema homónimo de E. A. Poe. Bastaría recordar, además, la alegoría de George Orwell en Rebelión en la granja, por mencionar solo algunos casos harto conocidos. De otro lado, nuestra literatura también, como se colige,  ha apelado a estas presencias. Sin ir muy lejos, en nuestra tradición literaria oral encontramos relatos andinos que tienen por protagonistas al pericote y al zorro, o, en los amazónicos, donde la fauna casi íntegra puebla mitos y leyendas; ya en el plano de nuestra literatura escrita, quién no recuerda a Güeso y Pellejo, esas dos criaturas fieles y humanas de Los perros hambrientos de Ciro Alegría. Presencia de animales que, a través de diversas épocas, a través de diversos géneros, han mediado la sensibilidad del ser humano, ya sea como catalizador de nuestras propias búsquedas y/o como proceso empático con algunos de ellos.

            Como mencionamos, esta presencia de animales, como tópico, se muestra ante el público lector en el marco de una literatura regional ancashina. Narrativa, como todas las regionales, polifacética, donde se dan la mano distintos géneros. En tal sentido, la muestra ofrecida en esta antología nos permite apreciar las diversas maneras cómo los narradores ancashinos han desarrollado, para el caso, el tópico de los animales en su escritura. Este panorama se comprende como una mirada que recorre diacrónicamente la labor escritural de consagrados escritores, así como de los más jóvenes, de la narrativa ancashina a lo largo, cuando menos, de la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad, albores del XXI.

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Al interior de la antología ofrecida por Zorrilla, podemos distinguir algunas constantes, que nos permiten agrupar los relatos antologados. Una primera división 1) agrupa cuentos que apuestan por incluir animales que podrían considerarse míticos. “La batalla” de Carlos Eduardo Zavaleta, parte de un evento cultural existente en las serranías de Ancash, la fiesta del Cóndor Rachi. A través de esta festividad, donde un cóndor es colgado para probar la “valentía” de los poblanos, asistimos al final mundano de este mítico animal, que se convierte en medio para que los poderosos del pueblo demuestren su “bravura”. La pluma de Zavaleta nos permite asistir a un evento donde lo único que se manifiesta es la insignificancia de estos seres humanos, quienes se regodean en su propia crapulencia. Esta visión desacralizada se contrapone a la perspectiva enteramente mítica del cuento “El enviado del dios Pachacámac” de Macedonio Villafán. Aquí, un enorme can, enviado de dicho dios preincaico, ha de socorrer, ha de velar por los hijos del Ande en los arenales de Lima, cual imagen persistente del pensamiento andino. Se suma a esta grupo el cuento “Toro Moreno y Tumbacerro” de Edgar Norabuena Figueroa, que incide en la relación entre hombre y animal -una relación que hace extensivo el binomio hombre naturaleza-, al interior de un relato con marcas de tradición oral. 2) Un segundo conjunto al interior de nuestra segmentación reúne aquellos relatos que poseen un marcado referente urbano. Pensamos en “Lobosucio” de Teofilo Villacorta Cahuide. Con una fuerte deuda con el neorrealismo urbano, nos presenta, en dos planos, la sensibilidad de un pobre perro, en directa relación con el acontecer de un niño. El recorrido del pobre animal nos permite asistir a la miseria que abarrota un puerto del litoral. Una tercera línea 3) incluye relatos que abordan el tema de los animales desde una perspectiva que podemos considerar fantástica. Ricardo Ayllón en “La enemiga”, con una clara reminiscencia cortazariana, relata los estragos que causa la presencia de una indómita bestia en el ánima del narrador, llevándolo a afrontar un enfrentamiento que considera final. Un encuentro final entre humano y bestia. “La mosca” de Ítalo Morales, comparte esta dinámica. En este caso, el enfrentamiento con una mosca, llevará, incluso, al protagonista a plantearse una última batalla, autodestructiva. En ambos cuentos, el enfrentamiento canaliza la el temor y/o la paranoia de los protagonistas que exteriorizan, en estos enfrentamientos, no solo sus fobias sino sus más íntimos fantasmas. 4) Un cuarto tipo de relato, incluye la microficción. En “La pulga” de Daniel Gonzales Rosales asistimos a la narración del relato desde la voz de la misma pulga. Con una gran dosis de humor, nos enteramos de los devaneos o cavilaciones de aquel parásito.

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El libro El hombre no camina solo: Animales en el cuento ancashino nos ofrece una muestra de la narrativa ancashina, siempre vigente, siempre múltiple, coincidente con los variados intereses literarios de sus escritores. Sin duda, una antología imprescindible para mapear el trayecto narrativo de esta literatura. Saludamos esta selección del escritor Eber Zorrilla Lizardo.

Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos

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