Necesaria lectura de Antonio Salinas
Apuntes sobre El bagre partido
Estimados ciber-lectores, comparto algunas reflexiones iniciales alrededor de este excelente libro de cuentos, reeditado recientemente por Ornitorrinco editores. Las mismas se hallan incluidas en esta reedición, a manera de prólogo. Aparecieron, también, con anterioridad en el segundo número de la revista Distopía.
Dentro del panorama de
la literatura peruana y ancashina contemporánea, la labor escritural de Antonio
Salinas (Lima 1944 – París 1997) (seudónimo de José Antonio Palacios, autor afín
a los avatares del puerto ancashino de Chimbote) ha de ser releída, analizada e
interpretada en aras de otorgarle el sitial que merece. Hasta ahora, su breve
obra de escasa difusión e incuestionable calidad han hecho de este escritor un
autor de culto. Autor de los libros de cuentos El bagre partido (1984) y Verdenegro,
alucinado moscón (2000), además del libro de crónicas Embarcarse en la nostalgia (1999) –los dos últimos póstumos-, integrante
del Grupo literario Isla Blanca, incansable trotamundos, ha de abandonar el rótulo que lo sindica como escritor de
iniciados y especialistas para convertirse en un referente necesario de nuestra
literatura.
* * *
Si debemos situar la
escritura ficcional de Salinas al interior de un contexto literario mayor, este
es el del boom latinoamericano. Sin dejar de lado, en cuanto a los mundos
representados, un fuerte acento local (para el caso de El bagre… la integridad de sus cuentos se ambientan en el Perú),
las estrategias narrativas a las cuales apela remiten a las innovaciones
introducidas por los escritores adscritos a dicho fenómeno literario, así como
el tratamiento de determinados tópicos. En su obra hallamos narraciones que
escapan a la linealidad del tiempo, el uso de diversas voces narrativas,
incluso alguna escena que remite al realismo mágico; además, es evidente su
interés por relatar eventos asociados a la historia y la política, y por
acercarse a la conflictiva relación entre lo urbano y lo rural, solo por
mencionar las características más relevantes
* * *
Que estas breves
páginas, que estos apuntes iniciales nos permitan ofrecer una primera aproximación
al inaugural libro de Antonio Salinas, El
bagre partido, con el deseo de establecer algunas directrices de lectura
que resitúen la obra de este escritor en el panorama de la literatura peruana
contemporánea.
Si bien El bagre partido puede ser abordado
desde múltiples entradas -seguramente, la lectura crítica venidera habrá de
explotar esta posibilidad-, para la comprensión de los mundos de Salinas, hemos
optado por algunos ejes temáticos recurrentes que recorren, interrelacionados,
los cuentos que conforman este volumen[1]:
1) La dualidad del ser humano, manifiesta en las pulsiones de creación y
destrucción, es punto de partida para pensar el tránsito de los personajes
a través de una atmósfera social que les resulta abrumadora. Eros, instinto de
vida, principio de amor y sexualidad, simbolizado, sobre todo, en el amor de
los protagonistas (niños, hermanos, amantes y luchadores sociales) por la
pareja y por el mundo, habrá de enfrentarse a Tánatos, instinto de muerte,
principio de agresión, personificado en los antagonistas (militares, sobre
todo). Son dos los relatos donde esta
confrontación se hace evidente, isotópica. En “Los eternos”, los amantes, Ricardo y Lucía, cuyo amor les permitía
trascender lo mundano (“Tomados de la mano se perdían en el espacio celeste” [51]),
tendrán que separarse por la presencia de estos antagonistas (enviados por “[la] Máquina infernal” [53] que, como
veremos en el siguiente punto, es también, fanática). Esta oposición se hace
evidente cuando Ricardo complementa su entrega a Lucía con el amor por el mundo;
ambos afectos se entienden como uno: “Lucía, el amor será invencible si
peleamos juntos […] Hoy día me han despertado
los disparo, tráeme las balas mi amor. Hay que defender el amor, porque
el amor es invencible, el amor es ese algo que no se puede asesinar” (59),
expresa Ricardo. Más allá de las consecuencias mortales de enfrentarse al
sistema (él es asesinado por los militares, mientras que ella se entrega al
mar), de oponerse a los “cachacos”, a “los amantes del deber” (53), el amor
resiste, se impone a la muerte. A pesar de esa vocación destructiva a la cual
se enfrenta, el amor de Ricardo y Lucía, habrá de perdurar más allá de sus
muertes. Sus almas habrán de reencontrarse para, a su vez, anunciar un
reencuentro con el pasado ancestral, con las raíces: “Vámonos a las cordilleras
que allí tenemos a nuestro dios Pachacámac” (59), dirá Ricardo casi al final
del relato. A su vez, en “Los diablos de
Huanca” el principio de vida, el amor entre Pancho Sáenz y Sebastiana se
encuentra marcado por la presencia tanática del sistema, pues la desgracia que
esta instala en sus vidas viabiliza el encuentro posterior de los amantes. Origen
que explica la tendencia autodestructiva de esta relación afectiva. Así, el
narrador, quien proviene de la costa, nos relata su llegada, en viaje de placer
se colige, a la ciudad andina de Huanca, donde se hospedará en casa de los señores
Sáenz, los padres de Pancho. Rememora allí el contexto de violencia política sufrido
por dicha ciudad, cuando un batallón de caballería (“¡Los diablos! ¡los diablos!!
¡¡Los diablos!! [85] se mencionará textualmente, explicitando el título del
cuento) masacró a profesores, estudiantes y población reunidos en mitin en la
plaza principal. Fue entonces cuando Pancho, un pequeño niño al cuidado de
Sebastiana, quedó ciego tras el incidente. A pesar de los prejuicios sociales
(la muchacha es llamada “chola” recurrentemente), una vez convertido en hombre,
Pancho se casa con Sebastiana. Sin embargo, la relación que llevan resulta
extraña y peligrosa a los ojos del narrador, pues
el marido ciego sabe que este se ha acostado, durante su visita, con su mujer.
Se lo menciona, haciéndole saber que, tras su partida, nada alterará su
relación: “Y ya sabes, debes olvidarte de Sebastiana, ella a menudo me es
infiel con los que llegan de visita, la pobrecita, cree que no lo sé…” (93).
2) Los militares que se
enfrentan a los amantes, canalizan una realidad más feroz: el carácter tanático del sistema. Este se comprende mejor en función
a las dinámicas de un modo de producción que se entiende como capitalista[2]. Así,
este sistema explotador engendra violencia (estructural, política, simbólica y
física). El gobierno militar dictatorial, representante del estado peruano,
cuyo brazo armado lo constituyen las fuerzas armadas, se encarga de ejercerla. Incluimos
cuatro cuentos (“Rosenda”, “Los de la línea 25”, “Los ataúdes de mi padre” y “Teresa, los
Sánchez y el último domingo”) que inciden en este segundo ítem y que se
complementan con el anterior, en tanto se aprecia, también, una respuesta de
parte del Eros de los sujetos. Estos relatos conforman
una unidad. No dan cuenta, exactamente, de una misma historia, pero hallamos llamadas entre ellos. ¿Qué es aquello que le otorga unidad,
entonces? El crescendo de violencia,
de la presencia tanática del sistema que intenta destruir el principio de vida;
en directa analogía con la participación cada vez más activa de los sujetos en
su lucha contra aquella, desde el enfoque de los narradores. El primer texto, “Rosenda”, ambientado en Lima, parte
del anuncio de la partida de la amada del mismo nombre (“Hoy es el último día
que estoy aquí. Mañana me voy” [11]). A través de la voz del amante, Antonio, relata
la historia del desencuentro, de la incomunicación entre esta pareja que lleva adelante una relación
afectiva libre de ataduras, en aras de una libertad que, simbólicamente, se
opone y cuestiona los parámetros de la sociedad moderna, de esa sociedad, para
el momento de la narración, regida por una dictadura militar de corte
populista. Así, esa sociedad, claramente opresiva, intentar arrebatar al ser
humano la libertad que este necesita (un sistema regido por “los de San Isidro
y Estados Unidos” [16]). Rosenda, joven burguesa, se yergue ante estas
ataduras. Sin embargo, esta respuesta es insuficiente, pues se encuentra más
cercana a la decadencia propia de la clase a la cual pertenece la muchacha (un
grupo de artitas que práctica la bohemia, mientras, sintomáticamente, Antonio, chofer
de camiones, no bebe –aunque sus motivos sean más bien por asuntos de salud). Así,
el afán contestatario de Rosenda se configura mas como un efugio por su mismo
carácter decadente. Este carácter burgués de Rosenda es vital para comprender
el crescendo que mencionamos, pues en los siguientes textos, la violencia se
presentará en todo su carácter material y serán los sectores populares los que respondan
directamente a esta. Así, en el segundo cuento, “Los de la línea 25”,
esta voluntad de enfrentarse al sistema -aunque no directamente, pues aquellos
que lo hacen, para el caso, han apelado a atentados- a diferencia del cuento
anterior, no radica en la evasión, sino en el enfrentamiento –asimétrico
ciertamente, dada la fuerza del sistema-, en el atentado a los símbolos de ese
sistema (la explosión en el City Bank, tal como se mencionará en un cuento
posterior). A través de la narración del chofer del bus (se colige que es
Antonio, el amante del cuento anterior, pasados diez años, con esposa y tres
hijos a cuestas) seguimos la toma del bus, por parte de tres jóvenes, que se
presumen de origen popular. Rodeados por los militares, no tienen posibilidad
de huir: “los tres con los ojos bien abiertos, son tres fieras acorraladas en
su propia madriguera, hay que salvarse a cualquier precio, caer en manos de los
que ya han asesinado a tantos es ir directamente al matadero” (29), menciona el
narrador. Tras una confusión al interior del bus el tiroteo principia con el
saldo de muertes respectivo. En el tercer relato, “Los ataúdes de mi padre”, la progresión de la cual hablamos tiene
como protagonistas, en este caso, a sujetos provenientes, esta vez
explícitamente, del sector popular. El relato se abre desde un aquí y ahora en
el que el narrador, que se adivina niño o púber, relata su visión del asesinato
de siete jóvenes en el cementerio (junto a su familia habita sobre una antigua
guaca ubicada al interior del camposanto), en el contexto de una serie de
disturbios populares en el puerto de Chimbote, que implican enfrentamiento con
las fuerzas represivas del estado, las fuerzas armadas. Desde este lugar relata
su pasado en el pueblo serrano del cual proviene (aunque no se considera
serrano), y, sobre la base de la oposición entre el antiguo espacio habitado y
el nuevo se incidirá en las condiciones deplorables y en los efectos
degradantes que se sufren en este último: las condiciones de pobreza entre las
cuales sobrevive el narrador, la muerte de su hermano, la muerte de los
jóvenes. La duda y la crítica acerca de su propio proceso migratorio aparecen,
merced a ese espacio costeño donde los límites del mito del progreso y la
violencia del sistema tanático que lo soporta se hacen evidentes. El pequeño
narrador verbaliza ese estado: “Yo no sé por qué mierda nos vinimos a este
puerto Los cachacos acaban de tirarse a más de siete en el puente, acabo de
verlos desde allí, desde el nicho más alto del cementerio” (35), “Sí, lo
dejamos todo por venirnos a la costa, acá, a vivir con los muertos” (39). Finalmente, en “Teresa,
los Sánchez y el último domingo”, el crescendo se hace mayor, pues el
narrador es un testigo directo del enfrentamiento entre el ser humano y el
sistema tanático. Provenientes de Chimbote, los hermanos Sánchez, ya en Lima,
habitan un solo dormitorio junto a Teresa, joven serrana que ayuda con las
labores en casa. En medio de una atmósfera, al igual que en el resto de cuentos
del volumen, cargada de miseria, pobreza y marginalidad, Lalo, el hermano
mayor, va a narrar los cambios ocurridos en el ser de su hermano menor Carlos;
cambios que se deben a una toma de conciencia de la situación de la sociedad y
a su ingreso a la lucha material contra el sistema, desde una postura que se asume
comunista (lee “libros rojos” [74]. Carlos manifiesta esa pulsión creadora de
vida, su deseo de cambiar el estado de la cosa: “El es un soñador, siempre con
sus ideas de construir un mundo nuevo, un hombre nuevo. El futuro será
diferente, me dice…” (65) expresa. A diferencia de este, Lalo expresa,
constantemente, su conformismo, aferrándose a lo poco que ha logrado conquistar
en la capital: “tengo miedo […] miedo tal vez de perder lo poco que he logrado
agarrar, pero qué he agarrado! (69), temor de perder lo poco que ha podido
arrebatarle al mito del progreso. Sin embargo, como en los relatos anteriores,
aquellos que se enfrentan al status quo
caen en manos de la represión militar. Así, Carlos Sánchez será detenido bajo
el cargo de “guerrillero urbano” (75), junto a sus circunstanciales “cómplices”.
Resta sin embargo, el rastro de su lucha, la huella de su actividad creadora,
dadora de vida, reformadora de la vigente, en aras de una sociedad
verdaderamente humana.
3) El tópico del viaje como desplazamiento físico, cultural y emocional
es persistente; el viaje como aprendizaje, como evasión, como búsqueda del
progreso, como simple desplazamiento rutinario, o como camino a la muerte.
Viajes, sea cual sea su motivación, que se imbrican directa o tangencialmente
con la presencia del sistema destructor y aniquilador. Una de estas aristas se
manifiesta en el cuento que cierra y otorga título al libro: “El bagre partido”. A bordo de “La Irenita”, el narrador
recorre el Amazonas. En este viaje, conocerá a un alemán, Franz, y a un
italiano, Giacomo, en un viaje a territorios donde el sistema -en el mismo
contexto de la dictadura militar peruana, en esta caso, incluso,
latinoamericana- no llega. Es más, emprenderá el viaje para huir de este.
Textualmente explicita: “Me voy huyendo […], son los militares, me buscan”
(105-106). Huye sin saber exactamente cuál es su delito: “con los militares no
necesitas ser culpable, basta sospechoso” (106). Este recorrido es un viaje en
el que sufrirá, junto a sus compañeros extranjeros, la progresiva degradación
física y humana, incluso la muerte (Franz desaparecerá engullido por el río; a
Giacomo lo asesinarán, por robar un pedazo de pan, los tripulantes de “La Irenita”, lo cual permite
comprender que el estado no se halla presente a través de sus instituciones pero
sí de sus prácticas represivas y violentas, ya naturalizadas por personajes
como el práctico que se hace llamar “comandante”, quien autoriza la muerte del
italiano); un viaje que se torna un destino incierto, sin un final establecido.
Nos enfrentamos a un relato donde el final repara, más bien, en este carácter
inacabado del viaje; final abierto, pero sin esperanzas, los lectores no
tenemos a qué asirnos, al igual que los personajes de estas páginas.
* * *
Que estas palabras sobre
El bagre partido sean homenaje justo
a un autor cuya obra, por su calidad estética y sus alcances éticos, debe ser
sometido a lectura y a estudio; una obra que debe ser conocida y valorada en su
real medida, más allá de su siempre querido Ancash. La discusión de sus textos
se habrá de entender como aportes para la comprensión de nuestra literatura
peruana. Y que estas primeras palabras, que esta primera breve aproximación sea
una forma de rendirle, también, homenaje a este incansable viajero y explorador
de los límites del ser humano, de sus posibilidades de creación y de su afán
por enfrentarse a la destrucción.
Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
[1] Cabe
señalar que los ejes no se restringen a determinados cuentos, sino que cruzan
muchos de ellos. Sin embargo, para fines expositivos, optaremos por asociar
nuestra división a determinados relatos.
[2] Las
referencias al comunismo como opuesto alternativo son también constantes; tal
como se presenta en el texto, se puede entender como pulsión de creación por
oposición al de destrucción que implica el capitalismo en la poética de
Salinas. Se comprende este carácter binario teniendo en cuenta el contexto de
escritura del autor, un periodo donde aún los metarrelatos gozan de prestigio.
Las referencias, veladas algunas,
evidentes otras, a eventos extratextuales son también recurrentes: el gobierno
militar peruano del 1968-80, la matanza de profesores y estudiantes en Huanta
en 1969, la represión militar en el Chimbote del 70, y, posiblemente, los
principios de la guerra interna de la década del 80 del siglo pasado.
Es el inicio de la recuperación de un importante narrador, cuyo tiempo de silencio empieza a diluirse.
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